España, más cerca que nunca. Las circunstancias nos abocan a unas vacaciones de corto alcance que, contra pronóstico, podrán convertirse en inolvidables. Carretera y manta para redescubrir(nos). Ahora nos acordamos de que nos estaban esperando los paisajes más evocadores, las playas más interminables o las calas más recónditas, los pueblos que siempre tienen paciencia, los castillos de nuestra niñez o las llanuras que querríamos cabalgar si no hubiéramos cambiado el botijo por el aire acondicionado. Tiempo de siesta bajo un árbol. O de hacer chof en el río. Humedales, acantilados, desiertos, caminos hacia ninguna parte. Sin señalizar. Sin ruido. Sólo nosotros. De repente, el primer verano de nuestras vidas. Otra vez.
Galicia
Cantabria
Como el valle de Liébana, al otro lado de los Picos de Europa, al que accedemos por el desfiladero de La Hermida para desmentir que Cantabria sea de paisajes dulces y amables. Ya si vemos algún urogallo será de premio. O un oso pardo, quién sabe.
Para trepadores, la Pared del Eco, el muro liso de Ramales de la Victoria. Para místicos, la ermita rupestre de Santa María de Valverde. Todo es silencio. Ah, y dejamos el cocido para cuando llegue el frío. Ahora mejor un atracón de anchoas.
Navarra
Las Bárdenas Reales, sin bajarse mucho del coche por lo que pueda quemar el paisaje, que no es Death Valley pero a veces se acerca. ¡Y ya quisiera Death Valley ser tan fotogénico como este desierto lunar!
Como imagen opuesta, la Selva de Irati. En otoño es otra cosa, pero qué más da si Irati no es de este mundo.
País Vasco
La Rioja
La hora del vermut en Ezcaray, pueblo que nos gusta en cualquier estación (y con arcoíris). Más que nunca, la colorida nube que cada final de julio se eleva sobre los tejados de Peroblasco en su Fiesta del Humo.