Reportajes

Cine para comérselo

Julie y Julia
Fotograma de la película Julie y Julia

Hay alguna anterior, pero si hay que poner un punto de partida, esta historia empieza con una película danesa. Con una filmografía que reúne más de cuarenta títulos, Gabriel Axel fue uno de los más reconocidos y prestigiosos cineastas que ha dado Dinamarca. No fue, sin embargo, hasta casi el final de su carrera, cuando vivió su momento de mayor popularidad firmando El festín de Babette (1987), drama histórico basado en un relato
de la escritora Isak Dinesenque, una de las rúbricas más interesantes de la literatura nórdica del siglo XX.

El film de Axel nos retrolleva hasta una remota aldea de Dinamarca durante el siglo XIX. En uno de esos recursos habituales del cine, dos hermanas ancianas se sumen en la nostalgia recordando su juventud. Años felices en los que Babette, una mujer parisina que llega misteriosamente a su pueblo huyendo de la guerra civil que asola su país, irrumpe en sus vidas. La recién llegada quiere responder a la amabilidad y buena acogida de sus nuevos vecinos organizando una opulenta cena con los mejores platos y vinos de la gastronomía francesa. Sociedad anclada en el puritanismo, la gente del pueblo aceptan la invitación pero acuerdan entre ellos no dar ninguna muestra de satisfacción. Acabarán rendidos a los placeres de la cocina gala. El festín de Babette ganó el Oscar a la mejor película extranjera, el premio Bafta y el Globo de Oro a la mejor película de habla no inglesa. Fue uno de los primeros largometrajes en el que la gastronomía interpretó un rol preponderante y central.

Sentido y sensibilidad

El cine asiático vivió un boom de creatividad y genialidad a principios de la década de los años noventa, siendo El banquete de boda (1993) de Ang Lee una de las primeras muestras de ese fenómeno.

Esta es la historia de Simon y Wai-Tung, una pareja gay que vive en Manhattan. Para disipar las sospechas de los padres de Wai-Tung, que siguen viviendo en Taiwan creyendo (o queriendo creer) tener un hijo heterosexual, Simon sugiere organizar una boda de conveniencia entre Wai-Tung y Wei-Wei, una joven inmigrante que necesita la carta verde de inmigración para poder quedarse en los Estados Unidos. Pero los padres de Wai-Tung se presentan de forma inesperada en Nueva York empecinados con hacerse cargo del banquete de boda. La temática de la homosexualidad, el choque generacional y cultural y montones de comida en una película deliciosa.

Tan solo un año más tarde, el mismo Ang Lee estrenaría Comer, beber, amar (1994), otra película imperdible en este particular subgénero que es el cine culinario. Un festival para los sentidos, audiovisuales y gustativos, esta agridulce comedia trata sobre la vida de Chu, un viejo chef de Taipei, viudo y con tres hijas (Jen, Chien y Ning) que en la rebeldía tienen su común denominador. Nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa, Comer, beber, amar fue la producción que abrió las puertas de Hollywood a este cienasta taiwanés que seguiría sumando pequeñas grandes joyas del séptimo arte a su currículum con títulos como Sentido y sensibilidad (1995), La tormenta de hielo (1997), Brokeback Mountain (2005) o La vida de Pi (2012).

En un repaso por el cine asiático hecho entre fogones, no debería faltar la coreana La receta final (2010) y la japonesa El samurai cocinero: Una historia de amor real (2013). En la primera, la director Gina Kim factura un drama con una pizca de misterio: un viejo y muy admirado chef está a punto de perder su restaurante. Para salvarlo, su nieto se apunta a un talent show para cocineros. Tradición versus modernidad. Viejas formas de entender la gastronomía frente al nuevo espectáculo de la cocina. La otra cinta es para no olvidar. Un fascinante cuento de Yuso Azara en la que se maridan samurais con la delicada y detallista cocina nipona.

La familia

Jadoo (2013) y Un viaje de diez metros (2014) son dos películas con sabor asíático pero producidas en Inglaterra. Jadoo es un entretenido divertimento que sigue un argumento que hemos visto millares de veces en diferentes contextos: dos hermanos de origen hindú que destacan por ser grandes chefs discuten y se alejan el uno del otro durante décadas. La boda de la hija de uno de ellos hará que vuelvan a cocinar juntos. Algunas similitudes tiene el argumento de Un viaje de diez metros: una familia india se instala en un pequeño pueblo del sur de Francia abriendo un restaurante a escasos, efectivamente, diez metros, de un local de alta cocina francesa con una estrella Michelin. Lo mejor, las escena de cocina y una Helen Mirren que, como siempre, está estupenda.

Sí, familia, bodas y otros tipos de fiestas y celebraciones son un tema recurrente en el cine. Historias que siempre acaban aderezadas de buenos manjares y regadas con buenos vinos (subgénero dentro de nuestro particular subgénero, entre todas las pelis en las que el vino es parte protagonística, muy probablemente la mejor sea esa roadmovie borrachina de 2004 titulada Entre copas). Es el caso de Mi gran boda griega, comedia taquillazo del 2002. Los Portokalos, la familia protagonista, no solo regenta un restaurante, sino que, como buenos griegos, es decir, mediterráneos, la comida juega un rol central en sus vidas. Algo similar sucede con ¿Qué se está cociendo? (2000) de Gurinder Chadha, cineasta conocida por ser la directora de Quiero ser como Beckham (2002), retrato costumbrista del Día de Acción de Gracias de cuatro familias inmigrantes: una judía, una afroamericana, una asiática y otra hispana del barrio de Farifax de Los Ángeles.

Pero no hay familias que coman más que las mafiosas. Alguien debería hacer un estudio que analizara si en films icónicos del género como El padrino (1972) o Uno de los nuestros (1990) hay más escenas de crímenes o secuencias en cocinas y restaurantes. Y es que todo el mundo es capaz de aprender a hacer un sabroso plato de espaguetis con salsa de tomate y albóndigas viendo la filmografía de genios italoamericanos del séptimo artes como Francis Ford Coppola o Martin Scorsese.

El Messi de la cocina

Peter Greenaway es uno de los directores más personales y peculiares que ha dado el cine británico. Procedente del las artes plásticas, pasado en el mundo de la pintura que ha ejercido una fuerte influencia en su trabajo fílmico, Greenaway se estrenó tras la cámara con The Falls (1980), para casi de inmediato empezar a entregar películas de notable alto como El contrato del dibujante (1982), El vientre del arquitecto (1987) y El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989). En esta última, un ladrón es el propietario de un fausto restaurante. Extremo tirano, el ‘caco’ trata mal a todo el mundo menos al chef, el único que conoce (y mantiene en secreto) la relación amorosa que la mujer del maleante mantiene con un cliente. Singular comedia de enredos de un humor negrísimo y plagada de simbolismos, en la que, una vez más, Helen Mirren (en uno de sus papeles más sensuales) vuelve a zamparse la pantalla con patatas.

Y es que si el chef es el Messi de las cocinas, también es el genio y estrella principal de muchas películas. Lo es Al Pacino en Frankie and Johnny (1991) -aunque más que un chef es un expresidiario que lleva la cocina de una de esas cafeterías americanas donde el sabor de su comida se debe al dedo de grasa que hay en la plancha-, comedia romántica que protagonizó junto a Michelle Pfeiffer. Y lo es Martina Gedeck en Deliciosa Martha (2002), la peli alemana sobre una joven chef, gran promesa de los fogones, cuyo futuro se ve alterado cuando muere su hermana y tiene que hacerse cargo de su sobrina. Un drama-comedia romántica que en 2007 tuvo un remake americano, Sin reservas (2007), con Catherine Zeta-Jones y Aaron Eckhart. Si ya era algo ñoña la primera, la adaptación yanqui es como un café con tres cucharadas soperas de azúcar. Y si hablamos de dulces, podríamos abrir aquí otro subgénero dentro de nuestro subgénero e incluir títulos como Chocolat (2000), la historia de amor entre bombones y tabletas de cacao de Juliette Binoche y Johnny Depp. Y, de nuevo con Johnny Depp en el reparto, Charlie y la Fábrica de Chocolate (2005); sin omitir la primera versión cinematográfica del cuento de Roald Dahl, Willy Wonka y la Fábrica de Chocolates (1971), ésta con el genial Gene Wilder como nombre más destacado del reparto.

Julie y Julia (2009), con Amy Adams y Meryl Streep, y Perfect Sense (2011), con Ewan McGregor y Eva Green, también son películas con chef. Aunque puestos a recomendar, mucho mejor #Chef (2014) de Jon Favreau, que también es el guionista y el protagonista de un reparto de lujo del que participan Sofía Vergara, John Leguizamo, Scarlett Johansson, Dustin Hoffman, Robert Downey Jr… ¡Toma menú degustación! Basada en hechos reales, Carl Casper es un chef que pierde su trabajo -por negarse a aceptar las exigencias del propietario- para reinventarse abriendo un foodtruck con su exmujer y su mejor amigo con el que, evidentemente, triunfa como la Coca-Cola. #Chef tiene un remake de Bollywood que, con sus números musicales, mola tanto o más que la original.

Nuestra cocina de cine 

Basada en hechos reales, también está La cocinera del presidente (2012), peli inspirada en la vida de Hortense Laborie, reputada chef del Perigord que acabaría siendo la cordon bleu privada del presidente francés François Miterrand. Un momento…. Tras casi 10.000 caracteres, en un artículo sobre cine y gastronomía, hasta ahora no habíamos citado ningún filme francés. ¡Por la memoria de Jöel Robuchon y François Truffaut! Dirigida por Daniel Cohen, Comme un Chef (2012) es otra producción francesa ubicada entre fogones. Jean Reno es un chef con tres estrellas Michelin en un restaurante de cocina clásica. Para no perder la tercera estrella deberá aprender las nuevas tendencias gastronómicas de la mano de un chef español (interpretado por el amiguete Santaigo Segura) experto en gastronomía molecular.

Nuestro cine tampoco ha sido ajeno al influjo de la gastronomía. Especialmente remarcable es 18 comidas (2010), una de las grandes sorpresas que nos deparó el septimo arte en casa. Dirigida por Jorge Coira, el gran atractivo de 18 comidas, cinta que narra seis histirorias acontecidas a lo largo de un único día (deteniéndose con especial atención en los ágapes: desayunos, almuerzos, cenas… es decir esas 18 comidas), es su libertad formal: existe un guión como base orientativa, pero Coira otorga a los actores libertad para improvisar. Y eso se traduce en una película tan desgarradora como divertida que cautiva por su autenticidad.

Menú degustación (2013) sucede durante el útlimo servicio antes de cerrar sus puertas del que está considerado el mejor restaurante del mundo, un local situado en una cala escondida en un pueblo de la Costa Brava (¿os suena de algo?). Bon appétit (2010), con Unax Ugalde interpretando a un joven chef que, en otro ejemplo de argumento poco original, debe decidirse entre su profesión y el que puede que sea el amor de su vida. Y Tapas (2005), de José Corbacho y Juan Cruz (un retrato costumbrista y cercano de la vida en un barrio de trabajadores) son algunas de las muestras de nuestro particular cine culinario.

*Artículo publicado originariamente en TAPAS nº 42, abril 2019.
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