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Dieta paleo: así comían realmente nuestros ancestros

Dieta Paleo
Ilustración: Luis Fer Palo

De entre las infinitas recomendaciones alimentarias que acaparan posts, libros y revistas, la llamada dieta paleolítica (o paleo) es una de las que más en boga está últimamente. Defiende que nuestra alimentación debe basarse en el consumo de alimentos integrales tales como huevos, frutas, verduras, frutos secos, semillas, tubérculos, carnes magras… Es decir, todo aquello que se comía antes de la llegada del Neolítico y, por tanto, de la existencia de la agricultura y la ganadería.

Los defensores de la dieta paleo aseguran que nuestros antepasados recolectores y cazadores se alimentaban mejor que nosotros y eso es lo que explica precisamente el doctor Loren Cordain, profesor de Ciencia en Salud y Ejercicio de la Universidad del estado de Colorado, en su libro The Paleo Diet, publicado en 2010 y considerado como el precursor de todo este asunto.

Por supuesto, como ocurre siempre en estos casos, también hay quienes defienden que no es oro todo lo que reluce en la dieta paleo, que no están suficientemente probados los beneficios que se le atribuyen a esta forma de alimentación; habiendo incluso voces totalmente discordantes, que afirman que el excluir ciertos alimentos –como los cereales, por ejemplo– puede resultar negativo para nuestro organismo. Aunque parece que el mayor escollo al analizar esta dieta, según reconoce buena parte de la comunidad científica, es que en realidad poco sabemos sobre qué vegetales comían exactamente en el Paleolítico…

La evolución para dummies

Una buena forma de acercarnos a esta cuestión es buceando en las páginas de La vida contada por un sapiens a un neandertal (Alfaguara), una especie de ‘tratado sobre la evolución para dummies’ en el que la peculiar pareja formada por el paleontólogo Juan Luis Arsuaga y el periodista Juan José Millás nos explica, a través de la observación de escenas cotidianas de hoy, cómo hemos cambiado –que diría la canción– de unos cuantos cientos de miles de años a esta parte. El primero, Arsuaga, pone a nuestra disposición sus bastos conocimientos científicos; y el segundo, Millás, ‘traduce’ ese torrente de información para que pueda ser digerida por profanos en la materia.

Así, por ejemplo, en una visita al madrileño mercado de Chamartín o en un restaurante frente a un suculento cocido –el que sería el plato neolítico por antonomasia, por cierto–, nos hablan, entre otras cosas, de cómo se alimentaba el personal por aquel entonces.

La clave y el inicio de todo surge cuando los australopitecos, primeros homínidos de los que se tiene la seguridad de que fueron completamente bípedos, bajan de los árboles, dejan la selva tropical para aventurarse hacia la sabana y su alimentación comienza a cambiar. Allí descubren árboles y arbustos cuyos frutos se encuentran a su altura, como las moras y las bayas. También el grano, cuya manipulación requiere de unas manos hábiles, no como las del chimpancé o el gorila, que carecen de pinzas.

Mitos y verdades

¿Pero qué hay de cierto entonces de esa imagen que tenemos del hombre de la cavernas como un gran carnívoro? “Hoy en día más del 95% de las calorías provienen del arroz, el trigo, la patata y el maíz. Cuatro plantas. Un extraterrestre nos apuntaría en el grupo de los vegetarianos. Ahora bien, los neandertales eran carnívoros porque durante tres cuartas partes del año no había nada vegetal”, explica Arsuaga en el libro.

Por eso, para el científico, los geófitos juegan un papel fundamental en el camino de la evolución. “Son plantas en la que la parte perenne es subterránea. Incluye bulbos, tubérculos, raíces y rizomas. Una vez al año brotan. Lo que sucede es que su carga alimenticia se encuentra en su parte subterránea. Constituyen un recurso de puta madre si sabes llegar a ellos. ¿Y qué necesitas para alcanzarlos? Pues una especie de lanza inversa, que apunte hacia abajo en lugar de hacia arriba. La lanza inversa o palo de cavar es el símbolo de la mujer del Paleolítico como la lanza que apunta al cielo es la del hombre”.

Por tanto, Arsuaga asegura que la mitad de las calorías las obtienen los hombres jóvenes con la caza, y la otra mitad, las mujeres, los ancianos y los niños con los geófitos. “Gracias a ellos, los niños comen todos los días. Los objetos pequeños proporcionan una base estable en la alimentación. Han podido ser, en calorías, tan importantes como la caza mayor. Fueron tan importantes que dieron lugar al Neolítico”.

Y es que quizá no todo es como nos lo habían contado… y el relato ha sido distorsionado –una vez más– por un prisma patriarcal. “El hombre andaba todo el día detrás del bisonte, del caballo, del mamut, de las grandes piezas”, sostiene Arsuaga. “El machote quiere volver a casa con el bisonte porque eso significa estatus, poder. Las ilustraciones de la Prehistoria nos muestran la vuelta de los cazadores con los niños, los ancianos y las mujeres esperando. Pero yo pienso que la escena normal es aquella en la que los cazadores vuelven sin nada y ahí están las mujeres con los geófitos, las lapas procedentes del marisqueo, los ítems pequeños, en fin”.

Aquellos maravillosos años…

Pero retomemos la pregunta inicial: ¿es o no beneficiosa la dieta paleo para nuestra salud? Pues Arsuaga parece que lo tiene claro: “Un hombre de Altamira a los cincuenta años estaba mejor que uno de hoy. Se pasaba la vida haciendo ejercicio, comía carne magra, vivía al aire libre, sin contaminación. No tenía un gramo de grasa”.

Y va más allá, analizando los cambios que el Neolítico provocó en el entorno natural y en la estructura social. “Modificamos la economía de la naturaleza. Un territorio que producía gran cantidad de plantas, un bosque, con sus diferentes estratos, capaz de alimentar a multitud de especies, es transformado en un terreno que alimenta a una sola. De ese modo consigues una enorme rentabilidad para el ser humano, pero sólo para el ser humano”.

Además de señalar que con la aparición del capital acumulable (ya se tratase de unos cuantos kilos de trigo en el granero o de un determinado número de vacas) surge la estratificación social por primera vez. “A partir de entonces hay gente que tiene poco y gente que tiene mucho”. Pero ésa ya es otra historia…

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