Opinión

Egagrópila Life: Terciopelo y mus

Mikel Urmeneta-Chef-of-the-year-jose-Andres
Didier es Belondrade

En esto de los blogs y similares, yo solito voy y vengo como las olas del mar. Espero en esta ocasión ser igual de constante que bebiendo vino y delirar poco a poco, más y más, hundiéndome al 100% o de refilón en asuntos gastronómicos. Como este espacio es el océano Tapas Magazine, empezaré hoy contando el día en que la revista dio su premio anual Chef of the Year al cocinero y futuro Nobel de la Paz, José Andrés; un espécimen único del clan Homo Sapiens (no está claro). Acertadísimo el reconocimiento.

Fui al evento tan contento acompañado de la bella Andrea Levy, y en un hola por aquí, hola por allá… vi a mi amiga sentada en la mesa presidencial y yo desterrado a una mesa con mucha corbata y de mucha pereza. Me salvó que iba piripi, muy a mi pedo. Antes de sentarme dije alguna gilipollez que obviamente fue secundada con un niputocaso o un niputagracia. Sólo se giró muy amable el único señor al que no veía la cara por estar sentado delante de mí dándome la espalda. Era el más elegante de la mesa de aspecto y de gesto; me invitó a sentarme. Llevaba una chaqueta de terciopelo azul.

Intenté presentarme al resto de humanoides que rodeaban el mantel, pero no recuerdo que alguien me hiciera caso. De reojo miraba a Levy que se encogía de hombros como diciendo, “Sorry, me han puesto aquí”.

El señor de la americana azul y que estaba a mi derecha, empezó a hablarme. Tenía acento francés y enseguida vi en sus ojos el brillo de un creador. ¡Qué alivio!
Me suena que los dos, mejor dicho, sé que yo, le hablaba a él del aburrimiento de mesa que nos había tocado. Él, muy educado, no lo corroboraba pero mi recuerdo es que se reía reafirmando de alguna forma mis comentarios.

Pasó un rato hasta que dejé de cacarear, nos presentamos oficialmente y nos empezamos a contar lo que hacíamos. Él se llamaba Didier y para variar tenía una bodega, yo me llamaba y sigo llamándome Mikel y era artista como todo Dios.

Pero de repente, vi entre las copas de la mesa, el papelito de su nombre completo que se pone para asignar el cubierto: Didier Belondrade. ¡Hostias! ¡Belondrade!

Un vino como Belondrade y Lurton sólo lo podía hacer un Gran Gatsby del viñedo. Un Frank Sinatra francés enamorado de España, de los caballos y de los toros. Alguien con una chaqueta de terciopelo azul, alguien sencillamente especial.
Belondrade estaba a mi lado. La mesa ya tenía interés.

Me entusiasmé e hicimos bulling instintivo al resto de comensales. Tengo en mi microcraneo el recuerdo de comentarle que estaba enamorado de su excepcional vino blanco y que me respondió algo tipo: “No es un vino blanco, es un vino”. Y así es.

Hablamos de inspiración, de arte y de la intensidad que produce estar permanentemente en riesgo caminando en el acantilado de la vida donde las cosas excepcionales suceden. Me contó el secreto del logotipo de su bodega. Que os lo cuente él.

Terminó la gala y se formaron grupos. Didier tenía que marcharse, pero ya nos organizamos para vernos y lo hemos hecho. Es un lujo conocerle, conocer a su familia, conocer sus viñedos, su bodega y conocer mejor sus vinos.

Andrea también se tenía que ir, una pena, ya quedaremos (y también lo hicimos) otro día. Andrés Rodríguez, a quien esta revista conoce muy bien, se despidió y desapareció a lo Batman; la gente arrastraba a unos y a otros a tal o cual sitio. Sobre todo intentaban sumar a José Andrés. Lo querían en sus afters. Yo me acerqué al galardonado por detrás y susurré en su oreja la palabra mágica de tres letras.

Esa noche terminamos en Zoko, el restaurante donde pasan cosas, un grupete curioso. Recuerdo a Jon Sistiaga, a Carlos Latre, a Angela Turmix, a Alvarito Palacios, a Cristina Jimenez, a Sacha… y en una mesa apartada jugando al mus a mi socio el cocinero Iñaki Andradas y su pareja Iñaki Viñaspre, fundador del Grupo Sagardi, contra mí y mi pareja… el deseado del día: José Andrés.

Conozco a José desde hace veinte años y sólo descansa o se relaja cuando a veces duerme o cuando juega al mus.

José tiene el don de la ubicuidad y allí a la vez que allá está cuando sucede alguna catástrofe y hay escasez de comida, de logística, de humanidad… no es extraño que hace unas pocas semanas Jeff Bezos haya donado 100 millones de dólares a la fundación World Central Kitchen de José. Pero realmente lo que me sigue flipando es verle arrasar conmigo en una partida de mus mientras vuela a Haití y reparte alimentos en La Palma. ¿Cómo es posible? No hay que preguntárselo, José Andrés definitivamente no es un Homo Sapiens, es un personaje mitológico. Un Dios asturiano de Washington creado imaginariamente por el clan.

Y allí, en Zoko Retiro, entre puritos, Pingus, pingos, amarrekos y órdagos, pasaron las horas y llegó un nuevo día. Cada uno en sus cosas. Uno en un coche, una en una reunión, otra en el tren… y un nuevo recuerdo común guardado en algún lugar recóndito de nuestros cerebros.

¡Mus!