Quédate en casa

Tragos con historia: el whisky de Bogart

HUMPHREY BOGART
Foto: Getty Images

Cuando uno piensa en un buen bebedor de whisky, la primera imagen que le viene a la cabeza debería ser el gran Bogart frente a su botella medio vacía -o medio llena, según el grado de optimismo- mientras los nazis recorren Casablanca y la mujer de sus sueños se columpia del brazo de otro. Humphrey tuvo la suerte no sólo de contar con estas circunstancias sino de tener su propio bar, el Ricks Café, para echarse los vasos de dos en dos. Ante semejante despliegue de virilidad y poderío, no tardaron en aparecer imitadores que cogieron el avión y se marcharon a la ciudad marroquí con la esperanza de terminar en aquel sitio y ahogar sus penas al más puro estilo de Hollywood. Cuál debió ser su sorpresa cuando, al llegar allí, les dijeron que ese local no existía y que toda la película se había rodado en Los Ángeles. Ante el desánimo de tanto fanático llorica, Kathy Kruger, diplomática estadounidense que se encargaba a finales de los 90 de la Oficina Comercial en Marruecos, tuvo una idea de esas que te hacen aplaudir hasta que te pican las manos: “Oye, ¿qué tal si montamos el Ricks Café y nos forramos con la pasta que pretenden dejarse los turistas en un bar que no existe?”. El objetivo estaba claro. Ahora sólo necesitaba un plan.

La señorita Kruger se recorrió el territorio en busca del lugar perfecto. Tras remover media ciudad, dio con un edificio que parecía estar pidiendo a gritos el cartel de ‘Café de Rick’ sobre la puerta. El siguiente paso fue pelear con toda la administración de Marruecos para que le dejasen montar el bar y así cumplir los sueños de tantos y tantos pardillos. No fue fácil, pero al final lo consiguió. Y cuando todo parecía listo, ¡Pam! Movida. Le pedían un dineral indecente.

Seguro que Kathy tuvo su momento de soledad frente a una botella. Pero no hay nada mejor que contar con colegas para salir de estas situaciones. Tiró de teléfono y se le unieron 44 locos a los que invertir dinero en el proyecto les parecía una maravilla. Nació entonces una sociedad llamada ‘The Usual Suspects’ (en referencia a una frase de la película, exacto), se produjo la ansiada reforma del lugar y, después de un tiempo, Casablanca pudo presumir, por fin y para siempre -o hasta que dure el negocio-, del local que durante tantos años han buscado los amantes del whisky, del cine y de las buenas historias: el Ricks Café. Aunque no haya nazis paseando, no sea Sam quien toca el piano y a cada uno le toque llevar desde casa su propia historia de amor.

*Artículo publicado originariamente en TAPAS nº 42, marzo 2019.
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