Durante los últimos años, parece que el foco cultural y los cambios que se producen en la sociedad son todos una consecuencia o efecto directo del pensamiento Z. Y es que, en gran medida, se trata de una generación que está cambiando las reglas, ya sea en el ámbito del consumo como del laboral o político. Una ideología transversal que, por supuesto, también ha influido en la proliferación de las bebidas no alcohólicas y/o la tendencia de los mocktails, en respuesta a la priorización de la salud física y mental.
Partiendo de esa base líquida, los Z están reescribiendo las reglas dentro de la cultura del vino, y la manera en la que se consume o concibe, optando por perfiles más ligeros, y por etiquetas más conscientes. Según el informe Generations on Tap de NielsenIQ, la generación Z representa solo el 9 % de los hogares que compran vino, y sus compras tienden a ser deliberadas más que habituales: el 56 % están planificadas de antemano y solo el 30 % están destinadas al consumo ocasional en casa.
Las nuevas generaciones beben vino, pero de otra manera. Estilos más ligeros que han empezado a repuntar en los dos últimos años, del 9 al 14%, según recoge Food & Wine. Vinos espumosos como el Prosecoo, naranjas, cofermentados o espumosos con sabores que poder consumir cualquier día de la semana, teniendo en cuenta los datos deIWSR. Dicha tendencia en el consumo está llevando a que los productores se centren en la creación de espumosos, rosados y blancos más suaves y botellas de cuerpo ligero, que se adapten a cualquier mesa. A referencias producidas bajo prácticas sostenibles, alineadas a su elevada consciencia medioambiental.
Las catas en las salas de degustación y el uso de un léxico más “democrático” también están formando parte del cambio, creando experiencias que conecten con nuevas audiencias de manera directa y natural; que diluyan su opacidad y permitan que todos puedan pertenecer al club sin sentirse excluidos.
