Planes

Un viaje con el estómago (y las papilas gustativas)

Un país no es aquello que delimitan sus fronteras. Un territorio es carácter, cultura y tradición. Entonces, ¿qué es Suiza? Quizá sea más fácil responder a esta pregunta si uno, dejando de lado los relojes y la nieve, se adentra en este lugar en busca de nuevos caminos. Porque la ‘realidad del invierno’, esa que habita más en el plano del concepto que de lo verdadero a causa de tanto cine y tanta literatura, se descubre allí de un modo diferente.

Y es que Suiza, a diferencia de otros rincones del mundo, puede recorrerse con la vista… y también -o sobre todo- con el estómago. 

Un buen ejemplo de ello es el Appenzell, la tierra en la que se elabora un queso único, bañado en una salmuera de hierbas cuya receta sólo conocen dos personas en el mundo. Como curiosidad, estos dos ‘guardianes’ del Appenzeller® viajan en vehículos diferentes para asegurarse de que, en caso de accidente, no se pierda la receta ‘mágica’. No nos lo inventamos. Es más: cualquiera lo puede comprobar si se dirige al este, donde, entre copos durante el invierno, aparecen diferentes queserías que luchan por mantener viva una tradición puramente artesanal. De padres a hijos, la pasión por las cosas bien hechas se transmite en cada pieza de Appenzeller®, sin lactosa ni gluten, y libre de cualquier conservante o colorante, para dejarle al mundo un producto que trasciende la gastronomía. 

No son sus montañas, la amabilidad -casi inocente para muchos- de ‘sus personas’, sus calles nevadas, sus farolas congeladas y su silencio nocturno lo único que cautiva a quienes se adentran, con los cinco sentidos bien activados, en la Suiza ‘auténtica’. Más allá de las fondues, quesos especiados y vinos cargados de personalidad, los viajeros ‘de verdad’ perseguirán el espíritu que se pasea por las ventanas, baila disfrazado de abeto durante el 12 de enero y acaba desapareciendo al cruzar las esquinas de los talleres donde trabajan con estaño mientras el perro, demasiado grande para tan poco espacio, duerme sin importarle nada más.

Algunas cosas sólo se pueden conocer en primera persona. Y Appenzell, como sus quesos, es una de ellas.