Es el actor de un público contento, agradecido. Los que lo apreciamos declaramos con nuestro afecto un total alejamiento de la pedantería. Tom Cruise simboliza la alegría de vivir como un helado, como una fresca mañana en Puente Romano o los días de sol y frío en Méribel (de noche ha nevado y la retrac ha podido trabajar). Lo que es agradable lo representa Tom Cruise, lo encarna; y no ha querido nunca dar ninguna lección a nadie y tan buenos momentos nos ha hecho pasar.
Ningún Óscar para Tom Cruise, ningún reconocimiento de los que se consideran más cinéfilos. Te miran con esa mueca de superioridad y desprecio cuando dices su nombre o lo pones de ejemplo. Sabes que hay un fondo de amargura cuando tu interlocutor cuestiona tu gusto por él, una incapacidad por estar contento y saber gozar de los dones elementales, de las ofrendas con que Dios alumbra nuestros días.
Tom Cruise y Misión Imposible (o Top Gun o Jack Reacher) son el rastro que una maravillosa sonrisa ha dejado en este mundo tan frecuentemente sombrío y hostil. También en sus películas más profundas como Rain Man, Nacido el 4 de julio, Magnolia o Eyes Wide Shut ha sabido reflejar una humanidad tranquila y favorable a lo esencial. Tal vez lo único pesado que le he visto ha sido la adaptación americana de Abre los ojos de Amenábar, aunque hay que decir en su descargo que era ya un coñazo la película original, de la que incomprensiblemente quedó enamorado.
Ni conozco ni es probable que conozca al señor Cruise, y me quedaré por lo tanto con las ganas de agradecerle esta tan agradable sensación que siempre me ha causado ver su trabajo. Esta suavidad, esta caricia sobre la vida. Es una pena que sea la última entrega de Misión Imposible, aunque por lo visto en la película y en las entrevistas de promoción todavía le quedan a este nuestro querido actor muchas horas de buen cine.
