Vale, era el chiste fácil, pero es que los txakolis de su bodega K5 se adaptan perfectamente al ‘grito de guerra’ de Karlos Arguiñano.
A pesar de que al día siguiente cumple 68 años, en persona es el mismo huracán que en pantalla, y por eso no resulta raro que nos use para ‘probar’ sus nuevos chistes, los mismos que salpicarán su programa en las próximas grabaciones. Un rodaje casi diario que lleva a cabo en un entorno inmejorable: su bodega en Aia, cerquita de Zarautz y a 300 metros sobre el Cantábrico, altura ideal para divisar el ratón de Getaria y casi, casi, oler los pescados a la brasa de Orio. Fue allí donde hace una década comenzó un sueño compartido con cuatro amigos de toda la vida que se hizo realidad en 2010 con la primera cosecha de K5, la joya de la corona con sus 10-11 meses descansando en depósito de acero inoxidable sobre sus lías (K Pilota, su referencia más joven y fresca, se queda en 5-6). Hoy, recuperando junto a él una botella de aquella añada en el moderno edificio diseñado por Alonso, Balaguer y Arquitectos Asociados, se muestra orgulloso de haber contribuido decisivamente a elevar el perfil del vino de su tierra, pero también consciente de que queda mucho camino por recorrer. “Ves que este es un vino que aguanta, que tiene longevidad. Imagina esto en formato mágnum, deberíamos hacerlo”, reflexiona. Y ahí está, el brillo en los ojos: que la máquina no pare, el próximo reto ya está en su cabeza (txakolina-k5.com).