Cultura

Miguel Ríos: «El arte está de capa caída en los medios, no sólo en la televisión»

miguel ríos
Foto: Pablo Lorente.

Este mes de marzo, concretamente los días 11 y 12, Miguel Ríos (Granada, 1944) reunirá en el madrileño WiZink Center a la banda original de 1982 para celebrar el 40 cumpleaños de Rock & Ríos. Será una doble cita muy especial para todos los hijos (y nietos) del rock and roll que siguen viendo en este veterano artista a ese símbolo de la contracultura que mantiene intacto su semblante reivindicativo. Y qué mejor lugar que Viridiana, la también cuarentona casa del chef Abraham García, para dar la bienvenida al Rey del Twist y, de paso, rendir un pequeño homenaje a una actuación legendaria que marcó un antes y un después en la historia del rock patrio.

Con Rock & Ríos celebrabas tus 20 años de carrera. Ahora se cumplen 40 de aquel mítico directo y vuelves a montar un buen sarao. Das mucha importancia a los aniversarios.

En general, tengo una relación muy particular con todo lo que tiene que ver con los números y, en particular, con los capicúas. Siempre me ha gustado jugar mucho con eso. Por ejemplo, celebré mis 35 años de carrera saliendo de gira con la Big Band Ríos, coincidiendo con que también cumplía 53 años de edad. En realidad busco cualquier excusa para subirme a un escenario [risas].

Esta vez estarás arropado por un elenco de artistas de lo más variado: desde Izal a Topo, pasando por Love of Lesbian, Amaral, Carlos Tarque o Johnny Burning.
La idea no es recrear todo aquello, ponerme ahora aquellos pantalones de rayas sería absurdo. Es más una celebración en la que vamos a poder reunir a varias generaciones. Mikel Izal y Jorge Salán nacieron el mismo año del Rock & Ríos, y gente como Anni B Sweet ni siquiera había nacido por aquel entonces, aunque su madre le cantaba Nueva Ola (El neón de color rosa) cuando era pequeña. Siempre tuve claro que cuando llegase el momento de conmemorar los 40 años debía ser a través de un acto colectivo, quiero compartir esa emoción con mucha gente.

Fue el disco más vendido en la historia del rock en nuestro país y algunos se refieren a él como el Made in Japan español. ¿Cómo prefieres recordarlo tú?
Lo que a mí me pareció más significativo de Rock & Ríos fue el impacto que tuvo. Y me di cuenta de esto el primer día que se lo puse a Parejo, el promocionero
de Polygram, nada más llegar de Londres, donde lo habíamos estado mezclando. Se quedó blanco, ni siquiera supo reaccionar. Y poco después volví a darme cuenta del potencial de este disco cuando Luis de Benito, que hacía las mañanas en RNE y venía a entrenar al mismo gimnasio que yo, me pidió que le dejase la grabación para abrir el informativo a las ocho de la mañana. Se lo
di sin el permiso de la compañía y luego me cayó una buena bronca porque se lo habían prometido a Los 40 Principales [risas].

Una de las cosas que más nos puede llamar la atención de aquel directo hoy en día es que se retransmitiera en TVE. ¿Qué opinas del tratamiento que se le está dando a la música en vivo en la televisión?
Muy mal, la televisión en general la veo muy mal [risas]. Todo ha cambiado mucho. Recuerdo que cuando hacía el programa Qué noche la de aquel año se tomaba como un fracaso que te vieran 17 millones de personas. Ahora reúnes a 3 millones y se celebra por todo lo alto. Pero está claro que el arte, en general, está de capa caída en los medios, no sólo en la televisión.
En paralelo a estas dos citas en Madrid, sigues adelante con la gira de Un largo tiempo. Una propuesta en formato acústico y más enfocada a teatros o auditorios. ¿Es aquí donde te sientes más a gusto?
Por supuesto, aquí es donde realmente me siento realizado como artista. Siempre he intentado vivir mis edades con coherencia y tengo muy claro que ahora
no es el momento de dar saltos. Estoy muy cómodo cantando delante de 2.000 personas, la atmósfera que se crea es muy distinta a la de los grandes escenarios. Al principio, al público le sorprende verme acompañado por tan pocos músicos y sin una batería detrás, pero la idea es que la voz, que es lo único que he podido mantener a un buen nivel después de tantos años, tenga un mayor protagonismo. También tengo que reconocerte que nunca pensé que fuera a tener esta oportunidad de grabar nuevas canciones y poder presentarlas en directo.

¿Qué queda en 2022 del Miguel Ríos que disfrutaba abriendo cajas de vinilos en aquellos grandes almacenes en los que trabajaba siendo un chaval? Recuerdo perfectamente ese olor a petróleo, ¡menudo colocón! [risas]. Para mí era muy emocionante experimentar esa sensación de poder abrir discos en una época en la que casi nadie podía hacer eso. Y gracias a ese trabajo pude empezar a tener algo de conocimiento acerca de la música, algo que hasta entonces ignoraba.

Aunque vives en Madrid, siempre que puedes te escapas a Granada. ¿Qué te da cada una de estas ciudades?

En Madrid está mi familia ahora mismo y Granada es donde siempre quiero volver. Es la ciudad del eterno retorno a la que siempre estoy haciéndole canciones. Es el lugar en el que pienso para el retiro. Lo que pasa es que todo lo he hecho fuera de allí, no soy un artista granadino en el sentido estricto, como pueden ser Lapido, 091, Los Planetas o Lagartija Nick. Pero sí
es una ciudad que tengo muy idealizada y sigo yendo mucho, aunque no tanto como cuando vivía mi madre. Tiene una belleza narcótica, es capaz de atraparte y no dejarte salir de allí.

¿Y cuál es ese plato por el que hay que volver a Granada una y otra vez?
Las ancas de rana y los gorriones fritos son sin duda los dos atavismos gastronómicos de mi infancia. Me acuerdo que iba por la noche con mis primos a cazarlos por La Vega, con la escopeta y la linterna. Pero lo de las ancas de rana era algo más sofisticado, las servían en los bares y eran como nuestras gambas a la gabardina. ¡Para mí era algo buenísimo! Ah, y lo otro que tampoco se debe dejar de comer en Granada es la Olla de San Antón.

Es sabido que muchas estrellas de rock tienen sus manías con el cátering cuando están de gira. ¿Qué podemos encontrarnos en tu camerino?
Puedo hablarte de una estrella de rock que se llama Joan Manuel Serrat. Tanto en la primera como en la segunda gira de El gusto es nuestro nos dejábamos guiar por sus recomendaciones y las de Víctor Manuel. Antes de irme de gira con ellos, solía parar en la carretera donde veía camiones, pero me dijeron que era mejor parar donde había un Mercedes [risas]. Y toda esta afición de ellos a la gastronomía se extendía a los camerinos, allí podías disfrutar del mejor jamón o chorizo, todo era gloria bendita.