Nombres propios

Mariang Maturana, de ‘La Pija y la Quinqui’: «¡No me gusta la comida caliente! Me gusta que todo esté un poco frío»

Haber entrevistado a Pedro Sánchez en su podcast “La Pija y La Quinqui” ha terminado de encumbrar a Mariang Maturana (y a su compañero, Carlos Peguer). Pasa de las críticas porque tiene claro lo que quiere.

La sociedad o la antropología serían los ámbitos que más podrían decir algo al respecto de la dicotomía que se ha establecido en la sociedad sobre los distintos mundos que coexisten en ella. Hasta hace no tanto, las nuevas generaciones crecían con referentes que les venían impuestos por las anteriores. Los medios de comunicación eran los que validaban los personajes, y eso servía para un premio Nobel o para una tertuliana de programas del corazón. Y eso era así porque los medios de comunicación empleaban unos canales que eran los mismos para todos. Hace 45 años alguien a quien no le gustara Alaska (Olvido Gara, la cantante, no el estado más septentrional de los Estados Unidos) no necesitaba estar interesada en ella para verla hasta en la sopa, mucho antes, incluso, de que comenzara a vender discos y entradas de conciertos a mansalva y con regularidad…

En cambio, el último decenio ha visto nacer y/o crecer nuevos canales (las redes sociales), que han transformado por completo el concepto de popularidad, de un modo tal que el desconocimiento mutuo entre generaciones se ha establecido como normal. Alguien de veintitantos años puede desconocer quien es Alain Ducasse, Camilo José Cela, Luis Eduardo Aute o, incluso (me consta) Pedro Almodóvar o el recientemente fallecido Paul Auster; pero alguien de cincuenta y tantos tampoco sabe quién es Benji Krol, Rels B, Sofía Croqs, Lola Lolita o Twin Melody.

Los primeros ni ven televisión, ni compran periódicos, ni escuchan la radio…, los segundos, generalizando, pasan completamente de Tik Tok, y el algoritmo de lo que siguen (si siguen algo) en Instagram, YouTube o X jamás les saca del sesgo que marca su ruta prefijada… Se nutren de mundos completamente diferentes y nada hace indicar que las respectivas tendencias vayan a cambiar, líneas que sólo se juntarán en el infinito…

Sin embargo, en los últimos meses hay una pareja de veinteañeros que ha conseguido lo impensables: darse a conocer masivamente con el nombre de su podcast, “La pija y la quinqui”, del que son responsables Carlos Peguer (Don Benito, 1999) y María de los Ángeles Maturana, “Mariang” (Cartagena, 1998). Por supuesto que su terreno natural es el de la generación a la que pertenecen, la llamada Generación Z –que se extiende entre los nacidos desde 1995 y 2010–, pero un hecho puntual y concreto hizo que su nombre se popularizara mucho más: cuando Pedro Sánchez, el entonces candidato del PSOE a las elecciones generales de julio de 2023, aceptó la invitación que le realizaron por Twitter (todavía se llamaba así) para acudir a su programa…

Del origen de La Pija y La Quinqui ya nos habló Carlos en entrevista publicada en estas mismas páginas en el número de mayo de 2023. Él y Mariang trabajaban en la misma empresa de comunicación, Animal Media, y al terminar la jornada laboral salían juntos de cañas. A raíz de sus divertidas charlas, Carlos le dijo eso de “¡qué graciosos somos! Si esto lo grabamos, nos forramos. ¡Vamos a hacer un podcast!”. Y dicho y hecho. En enero de 2022 echó a andar.

La historia de La Quinqui

Mariang es “La Quinqui” del nombre del podcast, un sobrenombre que no le hace justicia. De quinqui no tiene nada. En realidad, está licenciada en Bellas Artes y su discurso está trufado de referencias a escritores como Milan Kundera o Alejandra Pizarnik. De quinqui, nada. En todo caso, de “punki”.

O de cínica, en el sentido de los filósofos socráticos de la secta del perro que en el siglo IV a. de C. ya se mostraban hostiles a las convenciones sociales y reivindicaban la autonomía del individuo frente a la familia, la ciudad y la moral de compromiso, empleando el humor corrosivo y la sátira para ejercer su crítica y reinterpretar la doctrina socrática considerando que la civilización era el mal y que la felicidad se alcanzaba con una vida simple y acorde con la naturaleza. “El nombre de La Pija y La Quinqui es una idea de Carlos, igual que el podcast –nos recuerda–. Todo sale de la cabeza de Carlos; yo simplemente dije: ‘¡Ah, pues me hace gracia! Tiene cierta sonoridad y cierto ritmo’. Y pensé: ‘total, esto lo van a ver tres personas… ¡me mola!’. Ahora puedo decir que me arrepiento mogollón…”, admite.

Se conocieron a distancia, a través de Twitter, cuando ella tenía 15 años y él 14 y se conocieron en Madrid, a donde ella vino para estudiar Bellas Artes. “Carlos y yo tenemos pocas cosas en común, pero una de las que compartimos es que ninguno de los dos quería quedarse en su ciudad. La idea de irnos a Madrid era una cosa que ya teníamos gestándose en la cabeza, él por su parte y yo por la mía, antes de conocernos. Yo me vine un año antes a Madrid y cuando él llegó empezamos a quedar para salir. Y cuando yo empiezo a trabajar en Animal Media de guionista se produjo una baja por maternidad y me preguntaron por alguien de un perfil de mi estilo y edad y yo propuse a Carlos. El resto está en Internet”.

Trabajar de guionista no entraba, en cualquier caso, en sus planes. “Yo entré en Animal Media de una forma muy curiosa: alguien, que no caigo en quién es, le recomendó mi perfil a Iago Fernández, el director de lo que fue Gen Playz, y contactaron conmigo y me preguntaron si quería trabajar en ese nuevo proyecto. Y yo pensé: ‘he estudiado Bellas Artes; es septiembre de 2020, acabamos de pasar una pandemia mundial; llevo meses enviando currículos para hacer prácticas como diseñadora gráfica en un taller de coches a 50 euros el día y ni siquiera me han contestado…’. Obviamente, quiero trabajar aquí, sea de lo que sea. Pero en esa misma llamada de trabajo les dije claramente: ‘tú sabes que no tengo ni idea de qué es lo que tengo que hacer, ¿verdad?’. Cuando no tienes nada que perder, tampoco tienes nada que ocultar”. A sus 25 años, Mariang sabe que todo lo que está viviendo es una ilusión, casi un espejismo. Y al explicarlo lo hace con la contundencia punk con la que sazona sus comentarios en el famoso podcast que colidera.

“Estudiando Bellas Artes no estoy capacitada ni para hacer la o con un canuto, pero igual que cualquiera. Madrid está lleno de gente que ha estudiado, en su mayor parte, carreras de mentira. A la Universidad entras a estudiar lo que te gusta y sales odiando lo que estudias. Igual que existe esa frase de que ‘nunca hagas de tu hobby un trabajo’, con la Universidad sucede lo mismo: ¡nunca estudies lo que te gusta! Es una mentira: ¡la Universidad es el mayor pozo de ilusiones muertas que existe! ¿Qué podría hacer yo ahora mismo? Pues, si te digo la verdad, nada, porque no tengo un máster y a la vista está, que si no tienes un máster, puedes hacer poco más que mover conos de tráfico”. “Hay un problema muy gordo con el centralismo de España –prosigue explciando–. Nos han vendido que Madrid o Barcelona (ya ni siquiera las grandes capitales de provincia, que lo podrían haber sido hace veinte años) son ‘el edén’. Nos han hecho creer que son la solución a todos tus problemas y que aquí vas a poder ser quien de verdad quieres ser… cuando realmente aquí vas a poder ser mucho más precario de lo que eras antes. Aquí no sólo vas a tener las mismas preocupaciones que tuvieras en tu antigua vida, sino que, además, vas a tener que pagar 1.200 euros por 70 m². En Madrid, por así decirlo, prima más el ‘moderneo’: tengo la sensación de que todo es etéreo, muy poco tangible. Estoy harta de vivir en una ciudad llena de autónomos, de estilistas y de DJs”. Curiosamente, Mariang, cuyos objetivos de primera juventud eran, básicamente, “irme de Cartagena porque sentía que ahí me ahogaba”, se ha dado cuenta, con los años, de que eso era “una estupidez”, según sus palabras.

“También es cierto que yo era una niña que tenía unos intereses diferentes a los de la gente que me rodeaba en el instituto por entonces. Y pensaba que, por eso, mi lugar estaba fuera de Cartagena. Cuando creces y te haces adulto te das cuenta de que ni ellos eran tan malos ni tú eras tan buena. Yo sigo conservando mis amigos del instituto y ahora me encanta llegar a Cartagena y que mi ‘colega’ me cuente cómo se está preparando la oposición o cómo le va. En Madrid, en cierta forma, todo es como si estuviéramos jugando a los Pin y Pon. Y agradezco mucho llegar a Cartagena, porque siento que es pisar sobre sólido”.

De ayer a hoy

Para la realización de este reportaje Mariang se ha sometido a varios cambios de vestuario. No es la primera vez: si desde que Rosalía apareció en su podcast para hablar de Motomami La Pija y La Quinqui se consolidó entre la gente de su generación, la entrevista a Pedro Sánchez les puso en una órbita superior y ya son muchos los medios de comunicación tradicionales (¿viejunos?) que les han llevado a sus páginas. Pero ella nos confiesa que ya conocía el lado oscuro del “modeleo”. “Yo ya había hecho antes pinitos de modelo –comenta–, entre mi segundo y cuarto año de carrera. Pero no lo puedo llamar trabajo porque no era remunerado. Hice varias sesiones y hasta un desfile de la Fashion Week… Pero ahí te acostumbras a lo malo, en el sentido de que tú eres simplemente un engranaje más de algo en lo que no tienes ni voz ni voto: acatas órdenes, te pones lo que te dicen, te peinan y maquillan como quieren y no existe tu persona. En esta nueva época, en cambio, la cosa ha mejorado muchísimo. Ahora se me tiene en cuenta como individuo”.

Las cosas han cambiado mucho en estos dos años y medio. “Para mí es una eternidad, pero sé que llevo muy poco tiempo en este mundo y todavía estoy tratando de descubrir si me gusta o no. Porque es algo que nunca se me pasó por la cabeza: cuando nací tenía la lengua muy larga (y la sigo teniendo, literalmente) y tuve que ir al logopeda porque había ciertos fonemas que no podía pronunciar, por ejemplo, las ‘r’ de ‘perro’. Y yo pensaba, de pequeña: ‘¡menos mal que nunca me voy a dedicar a la radio!’ [risas]. Para que veas las vueltas que da la vida…”. Sin embargo, y pese a su licenciatura en Bellas Artes, Mariang siempre quiso ser es periodista. “Soy una loca de la escritura y de la lectura –asegura–.

Me encanta y es de las cosas que más disfruto y que más en serio me tomo”. Este pasado mes de mayo debutó en S Moda con una serie de columnas, con “un tono radicalmente opuesto al de La Quinqui, porque son facetas distintas. No es que tenga una careta en el podcast o me la ponga fuera del podcast. Simplemente sé cuál es el tono y la forma de cada audiencia. Mi ‘uniforme’ en el podcast es esta versión más frívola, más desenfadada y más del día a día conversacional. Eso es lo que hace que La Pija y La Quinqui sea ‘La pija y la quinqui’. Luego, yo puedo tener mis inquietudes, mis intereses y mi forma de ver la vida. El podcast no ha sido, para mí, ni un hobby ni un trabajo: ha sido un podcast. Los nuevos medios están avanzando a una velocidad inabarcable y todos estamos tratando de imaginar cual va a ser el siguiente paso. Pero cuando lo ves desde dentro, es tu día a día. Yo sé que es un trabajo porque está remunerado. Pero yo sigo sin entender muy bien, realmente, por qué se me está pagando por hacer esto”.

La Generación Z

Cuando le cuento mis impresiones sobre el abismo que se ha establecido con respecto a las generaciones anteriores, Mariang tampoco se siente aludida. “Lo único que me hace sentirme parte de una generación es que tenemos los mismos problemas. Mi generación está marcada por las crisis, antes que por otras cosas en común. Yo no creo que sea la persona más idónea para representar a un grupo. Mi historia es muy diferente a la del resto: yo empecé a trabajar relativamente joven en un trabajo relativamente importante (en medios de comunicación, con un empleo fijo, lo que me permitió independizarme). Yo estaba a los 22 años pagándome mi alquiler, así que creo que no soy ejemplo de nada, ni muchísimo menos”

“Durante mi época de la Universidad compartí piso mucho tiempo con nueve personas y ahí había gente de todas las edades. Había una chavala de 30 años que trabajaba y era la nos organizaba, para que todos cocináramos un poco para todos. lentejas, tortillas, etc.”. Entramos en un terreno pantanoso: el de sobrevivir alimenticiamente fuera de casa, sin mamá y papá… “El tema de la comida en la época de la Universidad es una de esas cosas que tu cerebro decide olvidar para protegerte del trauma. Pero, al final, siempre me las conseguía arreglar. En Cartagena, el que se encargaba de cocinar era mi padre. Cuando éramos pequeños y mi padre tenía que salir por algún asunto de trabajo, nuestra máxima preocupación era que llegara antes de la hora de la cena, porque, si no, lo que iba a suceder es que mi madre iba a abrir una data de sardinas [risas]. Siendo una niña, las noches de sardinas y el huevo pasado por agua eran las peores noches de mi vida”.

Lo que le ha salvado la vida en Madrid ha sido ser “una absoluta fan de la fruta. A un nivel tal que podía comer tantas piezas de fruta al día que creo que daba la vuelta entera de lo saludable para empezar a ser nocivo. Ahora tampoco cocino muy bien: se me da mejor pedir en restaurantes. Lo que más me gusta es todo lo que salga de la tierra, fundamentalmente verduras sin cocinar. Y el pescado, sobre todo el pescado crudo. El lenguado puede que sea mi favorito”. Para finalizar la charla, Mariang se atreve a comentar una rareza: “¡No me gusta la comida caliente y eso me sirve para las lentejas, el cocido o la fabada! A mí me gusta que todo esté un poco frío”. A punto ya de apagar la grabadora recuerda que “aún a riesgo de resultar incongruente con lo que he dicho antes, mi plato favorito, si tengo que decir uno, es el arroz con cosas”.