El día del apagón me di cuenta de que necesitaba un restaurante que tuviera dos características fundamentales: la primera, que sirvieran comida no cocinada. Es verdad que el fuego no es eléctrico, pero no podía usarse sin que el extractor funcionara. La segunda es que me conocieran -para bien- y que me fiaran. La conclusión fue inmediata: Fishh, de Luis de Buen. Ostras y champán. Cuando no sabes qué ha pasado, ni qué va a pasar, es importante no olvidar lo simbólico en lo que haces. Es crucial saber que aquella escena puede ser mítica, o “epitáfica”. Todos recordamos lo que hacíamos cuando cayeran las Torres Gemelas o cuando anunciaron que nos encerraban. Tenemos ya una cierta experiencia en grandes catástrofes. Cada una es distinta de la anterior, pero todas se parecen en la mezcla de incertidumbre y de fascinación.
Mi querido amigo Macià Alavedra, consejero de Economía de Jordi Pujol, tenía la costumbre de ir a Semon cuando salía de los funerales. Pedía un nido de caviar y champán, y un día le pregunté por qué lo hacía, y me respondió que la muerte le hacía pensar en que la vida, mientras la tuviéramos, había que celebrarla.
Todo se acaba. Primero cayó Semon, luego murió Macià. Pero nadie nos podrá reprochar ni a ti ni a mí, querido y difunto amigo, que no hayamos sido agradecidos con cada minuto de vida que nos ha sido concedido. Ostras y champán, pensé en ti mientras España entera se preguntaba lo qué había pasado, y en tu lección de felicidad.
Muchos años después de tu muerte, tu escena es mítica y tu recuerdo alimenta mi presente. Pan físico, pan espiritual. Nunca podemos saber qué va a pasar pero siempre podemos decidir qué hacemos, y éste va a ser nuestro legado. Ostras y champán contra la avería o la conspiración, y de fondo la sede papal vacante. Por eso decía lo del pan espiritual, porque más fuerte que cualquier destrucción que nos aceche es nuestra alegría entendida como un deber, como un aseo, como un afán de comprometida y hermosa generosidad.