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Un mes antes de la cumbre de Apalachin de octubre de 1957, que marcó el nacimiento de la mafia moderna, el jefe de una de las familias de Nueva York, Joe Bonanno viajó a Sicilia para reunirse con algunos jefes de la mafia local en el Hotel des Palmes, en Palermo. Trataron diversos asuntos, entre otros, Bonanno les sugirió crear un grupo de todos los jefes para tratar los temas delicados y evitar así las continuas guerras: así nació la commisione siciliana, a imagen de la estadounidense. Pero, sobre todo, en aquella reunión hablaron de heroína.
Hacía ya dos años que una nueva ley perseguía con mano dura el tráfico de drogas en Estados Unidos. Además, la “puerta” cubana se había vuelto poco segura ante el avance de los revolucionarios de Fide
Castro. Para evitar acabar con todos sus hombres en prisión, la Comisión (que reunía a los jefes de las principales familias mafiosas) había prohibido hacer negocios con la droga, aunque en realidad estaban rabiando por encontrar una forma segura de hacerlo a tenor de los beneficios que suponía. Entonces se les ocurrió hablar con los “primos” de la vieja Sicilia para meterlos en el negocio y trazar así una red que asegurase el suministro con el menor riesgo posible.
Aquello llevó su tiempo ponerlo en marcha, hasta que surgió la idea perfecta: una red de pizzerías por todo el país que recibía las materias primas directamente desde Italia. Dentro de esas latas, cajas y paquetes de comida viajarían también a partir de ahora un selecto surtido de la mejor droga. A finales de los sesenta, un centenar de sicilianos, desconocidos para el FBI, fue llegando a EE UU para abrir sus pizzerías por todo el país, especialmente en la Costa Este (se calcula que alrededor del 70 por ciento de la carne que se consume actualmente en el área de Manhattan está controlado por alguna de las Cinco Familias, así que la relación del crimen organizado con la alimentación ha sido nunca nada extraño). No obstante, aún quedaba el último toque para hacer despegar el negocio, y lo dio un tal Richard Nixon.
DENTRO DE ESAS LATAS, CAJAS Y PAQUETES DE COMIDA VIAJABA TAMBIÉN UN SURTIDO DE LA MEJOR DROGA
En 1969, antes de dedicarse a poner micrófonos a sus contrincantes políticos, Nixon decidió ponerse serio con el narcotráfico y destinó importantes partidas presupuestarias a tal fin. Con tales medios se logró desmantelar la conocida como French Connection, una red de narcotráfico de turcos y corsos con escala en Marsella que inspiraría dos excelentes películas homónimas protagonizadas por Gene Hackman. Lo irónico es que el desmantelamiento de la French Connection fue una operación diseñada por la CIA y ejecutada por la propia Cosa Nostra, en una más de las diversas colaboraciones que llevaron a cabo juntos. En este caso, los mafiosos estaban especialmente interesados en el particular: al desaparecer la red marsellesa, todo el mercado quedaba en manos de la Pizza Connection.
Una jugosa “franquicia”
A mediados de los setenta, la nueva red estaba ya en pleno apogeo. Los hampones compraban la morfina en Asia y la refinaban en Sicilia los químicos franceses que habían “reciclado” de la French Connection. Después, la heroína se distribuía por EE UU. De este modo, la mafia vigilaba y dominaba todo el proceso. Tuvieron el control absoluto del tráfico de heroína hasta mediados de los ochenta. Los jefes de Palermo, Stefano Bontate y Salvatore Inzerillo, vendían heroína a 50.000 dólares el kilo a los Gambino de Nueva York, que la revendían por 130.000 dólares. Los sicilianos ganaban treinta y cinco millones de dólares al año. Los americanos, noventa. Esas riadas de dinero terminaban en cuentas suizas.
Los hombres clave de la Pizza Connection eran Gaetano Badalamenti y Salvatore Toto Catalano. El primero era un jefe de la mafia de Palermo, mientras que el segundo, también nacido en Sicilia, era un caporegime de la familia Bonanno, dueño de una panadería en Queens (Nueva York). Ellos fueron los enlaces que permitieron que la red de narcotráfico funcionase como un reloj durante varios años. Entre 1979 y 1984, con la maquinaria a pleno rendimiento, cerca de 800.000 kilos de heroína entraron en EE UU por esta vía, con un valor de venta en la calle que rondaba los 1.650 millones de dólares. Aunque la Comisión hizo lo posible por no perder el control de la operación, lo cierto es que los sicilianos acabaron llevándose el mayor trozo del pastel. Establecieron parientes y amigos por todo el país, siempre al frente de pizzerías que distribuían la droga a los clientes.
El desmantelamiento de la Pizza Connection llegó también desde Italia, de la mano del juez Giovanni Falcone y los pentitos (mafiosos arrepentidos). Las guerras internas en la mafia de Sicilia estallaron a comienzos de los ochenta capitaneadas por Totò Riina, líder del clan de los Corleoneses, cuyas ansias de poder no conocían límite. Enviaron al cementerio a las cúpulas de Bontate e Inzerillo y se hicieron con todo el negocio, pero su salvaje actitud también llevó a algunos mafiosos a romper la omertà para conseguir la protección estatal para ellos y sus familias. Aunque no era tan sencillo: Salvatore Contorno fue uno de esos pentitos, y antes de que el proceso hubiese terminado, Riina ya había asesinado a treinta y cinco de sus familiares.
Otro pentito clave, uno de los más importantes de la historia de la Mafia, fue Tommaso Buscetta. Este puso al juez Falcone en la pista de toda la estructura de la Pizza Connection. Por su parte, en Estados Unidos no andaban cruzados de brazos. El agente encubierto del FBI Joe Pistone (alias Donnie Brasco) también estaba obteniendo información muy interesante, infiltrado en la familia Bonanno entre 1976 y 1981. La de Falcone y el FBI fue una de las primeras colaboraciones judiciales internacionales que, además, concluyó con un notable éxito.
El capo, de paseo por Madrid
Con el tiempo, la investigación se convirtió en un esfuerzo masivo multinacional y de múltiples agencias, con contribuciones clave provenientes del Departamento de Policía de Nueva York, la Administración para el Control de Drogas (DEA), la Aduana de Estados Unidos y las autoridades internacionales en Italia, Sicilia, España, Suiza, Turquía, Brasil, Canadá, Gran Bretaña, y México. Durante más de cuatro años, el FBI y sus socios recopilaron una montaña de registros y pruebas para poder montar el caso.
Al final, el 9 de abril de 1984 una legión de agentes federales invadió hogares y pizzerías a lo largo y ancho de EE UU. Encontraron armas, cientos de cajas de munición y abundante dinero en efectivo. En los días siguientes hubo más detenciones. Una de las más sonadas, no obstante, se dio a este lado del Atlántico, en Madrid para más señas. El jefe Gaetano Badalamenti, que andaba en paradero desconocido, fue detenido por las autoridades españolas a instancias del FBI cuando salía de un piso de la capital española donde pasaba unos días junto a parte de su familia. Lo cogieron junto a su sobrino Pietro Alfano, que dirigía las operaciones del Medio Oeste.
También a Toto Catalano le pusieron los grilletes en su panadería de Queens.
El “maxi proceso”
El caso Pizza Connection dio lugar a uno de los juicios penales más largos de la historia de Estados Unidos. El equipo de la fiscalía estimó inicialmente que duraría seis o siete meses, pero acabaron siendo diecisiete. El resultado fue un asombroso circo legal con treinta y cinco acusados iniciales y un coste estimado de cincuenta millones de dólares.
Al final, fueron juzgadas veintidós personas, aunque solo diecinueve recibirían sentencia; las otras tres fueron asesinadas antes de finalizar el proceso. Casi tres años después, en marzo de 1987, diecisiete de esas personas, dos de ellas presuntamente ejecutivos de familias criminales, fueron declaradas culpables de orquestar una red internacional de narcóticos que se extendía desde Brasil hasta Sicilia y desde Nueva York al Medio Oeste. Solo uno de los diecinueve acusados resultó absuelto, el resto recibió senttencias moderadas con la salvedad de Badalamenti y Catalano, condenados a cuarenta y cinco años de prisión en ambos casos.
UNA LEGIÓN DE AGENTES FEDERALES INVADIÓ PIZZERÍAS A LO LARGO Y ANCHO DEL PAÍS EN 1984
La mayor ironía del proceso Pizza Connection es que, incluso tras las llamativas redadas del FBI y aquel macrojuicio, en realidad no se logró mucho en la calle. Después de que todo terminase, la Mafia aún vendía droga: los acusados simplemente fueron reemplazados por nuevos soldati. En The Pizza Connection: Lawyers, money, drugs, mafia, la periodista Shana Alexander explica que “el juicio impactó a la Mafia en el sentido de que cerró una operación muy lucrativa que funcionaba sin problemas y generaba muchos ingresos constantes. A la larga, sin embargo, todo fue como de costumbre. La heroína siguió fluyendo hacia Nueva York y otras ciudades estadounidenses”. Y las pizzerías volvieron a limitarse a despachar sus deliciosas creaciones.