Gastro

Los restaurantes de carretera que merecen una parada esta Semana Santa

En ocasiones merece la pena desviarse del camino, abandonar la autopista en la siguiente salida en busca de esos bares y restaurantes que, en mitad de la nada, siguen ofreciendo una experiencia auténtica, alejada de artificios.

Lejos quedan ya las imágenes del desarrollismo donde a bordo de un 600 atestados viajaba la clase media española, buscando mares y montañas y haciendo siempre un alto en el camino en las beneméritas ventas de carretera. El tiempo ha pasado, los viajes son mucho más directos, y el mapa de gloriosas paradas para regocijo de los estómagos ha ido poco a poco desapareciendo. Pero todavía queda una invisible Ruta 66 de la buena vida que salpica toda nuestra geografía.

Es el caso de la Venta Pinto en Vejer, que con más de 100 años de historia hoy es la mejor terraza de la costa gaditana para comer un espléndido atún de la almadraba, o las carnes de retinta y de caza. Uf, esos marisquillos en un lugar donde llegar, parar y volver.

O el Restaurante Consolación, donde la costa y sierra de Huelva alimentan una carta que desde 1958 no se ha empeñado en otra cosa que no sea repartir felicidad. Antonio y Jaime Columé ‘tapeando’ merecen una reverencia. Desde tan temprano como uno sea capaz, puede hincarse unas tortillitas de camarones o una casi mojama de atún marinado, gambas blancas, coquinas al ajillo o probar alguna innovación de la cocina actual que también se incluye en pequeñas dosis para no espantar a la clientela habitual. En los postres, leche frita y mouse de Luis Felipe, recuerdos bien planteados.

Otro lugar de peregrinación es Venta la Duquesa, en la carretera de Medina Sidonia. El que lo hereda no lo hurta, y así Miriam Rodríguez Prieto se ha formado al calor de los fogones de este lugar que sus padres abrieron en 1986, que ha servido a su actual directora de nido, desde el que voló a la escuela Hofmann y a El Celler de Can Roca. Sigue con el aire de una venta con una santa barra, mesas altas para un aperitivo que sería el sueño hasta para una duquesa alemana caso de la ensaladilla rusa, paté de perdiz, riñones al jerez, hígado de cerdo aliñado o albóndigas de retinto.

Los viajes en coche son ahora mucho más directos, pero aún queda una invisible Ruta 66 de la buena vida que salpica nuestra geografía

Aunque no lo parezca, el estrellado y prestigioso Casa Gerardo, en la asturiana Prendes, nació al borde de una carretera. Es mítica la fabada de los Morán, o el cochinillo deshuesado asado, para los que necesitan ahogar el ansia porque se les ha hecho largo el camino. O espárragos y piparras de Mendavia, los chipirones de potera más frescos que en su lugar de crecimiento, y las andaricas, el marisco preferido de Marcos en competición con los otros bichos feos santiaguiños y percebes. Sin olvidar el pitu de caleya al estilo Gerardo desde 1882. En la memoria del viaje, la crema de arroz con leche caramelizada en cazuela de hierro.

Al ver la carta en francés y en inglés, en La Aguzadera (Valdepeñas) uno no imagina cómo llegan aquí esos extranjeros, pero le gustaría que lo hiciesen en masa para que difundiesen a su vuelta cómo se come y se bebe en cualquier alto en el camino español. Igual conseguían resultados tan loables como el Instituto Cervantes y hacían que El Quijote se entendiese también como guía gastronómica. Aunque sin perder la esencia, la carta incluye alguna modernez para contentar a los paladares más urbanitas que no se atrevan a empezar con unas migas con huevo frito con sus uvas, siguiendo con el maravilloso pisto y, antes de que desaparezcan del catálogo mental del pueblo, unas buenas gachas de almorta. Esto sólo lo remataría un buen vino de Valdepeñas; y aunque hoy parece imposible, apetece en bota de piel de cabra como le gustaría a Luis Buñuel.

Aunque no lo parezca, el estrellado y prestigioso Casa Gerardo, en la asturiana Prendes, nació al borde de una carretera

Un jardín de árboles protege el precioso cortijo de La Majada de la gastrotontería invasora y de posibles propuestas de innovación. Desde 1982, a la vera de la A5, ya en Trujillo, en esta casa lo auténtico es su himno. Como ya quedan pocos sitios tan puristas podríamos decir que es un exclusivo bar de carretera. A anotar delicias extremeñas dobles, lomo, morcón y salchichón. O las migas con huevo, mollejas de cordero, entrecortado, tortilla de patata, redondo de ternera y unos clásicos que seguro que Pizarro echaría tanto en falta cuando se encontró Perú.

Que cinco hermanos, Los Ballesteros, se lleven tan bien y trabajen en armonía jerezana es tan difícil como hacer un huevo frito con encaje y puntilla. En la carretera de Arcos y camino al aeropuerto de la provincia de Cádiz, está Casa Esteban, preparada para adaptarse al de la prisa del viaje, al de la estancia gastronómica que examina cada plato y al que sigue celebrando eventos. Aquí está la cocina universalmente local, la deliciosa ensaladilla de gambas y la muy flamenca berza jerezana como platos de no dejarse. O el menudo y las papas guisadas en cualquiera de sus versiones y sobre todo los guisos marineros de inspiración portuense como los fideos con lenguado. El tocino de cielo para llevar en el avión.

Todo el que paraba en el Mesón Quiñones (Celada de la Vega- Astorga), camino de La Coruña, cumplía con una especie de último banquete para los que van a morir

Todo el que paraba en el Mesón Quiñones (Celada de la Vega-Astorga), camino de La Coruña, cumplía con una especie de último banquete para los que van a morir. Por entonces, las curvas desde Astorga hasta llegar a la ciudad de las Rías Altas, el ancho de la carretera, la falta de aire acondicionado y la densidad en términos humanos de aquellos coches, eran suficiente amenaza como para darse un postrero homenaje, aunque fuera sólo por si acaso. Importante: no morir con el estómago vacío, debe de ser algo demoníaco. Por ello, el cocido maragato, el leonés, el que se come al revés, primero las carnes y el resto después; los huevos fritos con zorza, hasta las alubias a la antigua, servidas en pota con cucharón y paso atrás; uno puede elegir su último gran almuerzo, sólo por si acaso, claro.

La sierra que acoge el macizo del Maigmo (Tibi, Alicante) sirve de inspiración y paisaje a estos perfeccionistas de la comida tradicional, que, con pinceladas del academicismo más depurado, consiguen una obra que recuerda el pintor levantino Gerardo Lahuerta. El jefe de cocina, Pedro Mateo Oliver, tiene a su cargo a siete cocineros a los que dirige siempre dentro de sus posibilidades, como una reencarnación de Oscar Esplá, el superdotado músico alicantino. Así domina las sinfonías de la caza, pero también la opereta de setas y el recital de las mollejas de cordero, ajos y espárragos trigueros. El maestro arrocero Sergio Masegosa, que incluye el arroz caldoso con conejo, caracoles y setas y verduras regadas por el río Monnegre, traslada el paisaje al plato. Tienen ese postre imprescindible de la torrija con helado de turrón de Jijona.

Los Rosales (Atalaya del Cañavate-carretera de Valencia A-3) es parada frecuentada por los que van al salón de vinos Peñín y quieren no llegar con el buche vacío para tener más tragaderas. Sus bocadillos, una recuperación de la España del hambre: el de tortilla de patata con chorizo embutido, el de calamares con mayonesa en ración doble, el pepito que sería D. José por el tamaño, y el de jamón con lonchas bien gordas. Y las fabes con perdiz y pimentón que se toman con mucha ilusión. Aunque lo que sorprende es la tienda. Un espectacular supermercado de carretera para sibaritas. Aceite propio, selección de quesos espectacular, mermeladas caseras y una buena bodega. Abstenerse autobuses y masas de bebedores de Aquarius.

Las Esparteras, a sólo 47 kilómetros de la Puerta del Sol, es tal vez la mejor bodega de carretera y, casi, de España entera. Cuenta con 500 referencias de lo mejor de lo mejor

A una zancada de la Ruta de la Plata, en carretera que une Madrid con Galicia y Asturias, nos encontramos un auténtico cruce de caminos, en el mapa y en el plan gastronómico. El restaurante El Ermitaño, un proyecto que se basa en la recuperación del legado culinario de esta zona de la meseta, aunque con la justa y necesaria actualización. Un proyecto de resiliencia puesto en marcha por los padres de estos hermanos Pedro Mario y Óscar Pérez que no han descansado ni un solo día desde que recompusieron el merendero que inauguraron sus padres. Los imprescindibles de su carta, canutillos de cecina, foie gras y membrillo, probablemente el plato emblemático de la casa, y que sorprendería al mismo Julio Caro Baroja, que decía que la cecina era el alimento de los guerreros. El bacalao, con panceta crujiente y servido sobre un guiso de manitas de lechazo en una lección de revisión del recetario zamorano, que hubiera cambiado la historia si Napoleón lo hubiera probado, cuando por la Navidad de 1808, hecho preso el general Lefevbre se instala en la ciudad y trata de detener al ejército Inglés, sin mucho éxito, y encima soportando el gusto por el asedio y el incendio que esa clase de británicos gastaban. Las cartas a Josefina, sin duda, hubieran mencionado este plato y sin duda también el taco de lengua adobada, su jugo, liliáceas y puré de manzana. Un alarde de texturas y delicias, que deberían llevar a los dos rombos la imaginación de los más hedonistas, contraste de lo más bestia y lo más delicado de la compañía.

La bodega de esta casona hace honor a los deseos más oscuros de Fray Toribio. Aquí cada cosa que hacen, la hacen bien, y para muestra el sherry bar. 82 referencias por copas a la que con tanto acierto titulan con la frase de un sherry adicto: “Te miro y tiemblo”. Insuperable.

Uno puede probar a ser excéntrico y sentarse en las mesas altas o en la barra para comer, por ejemplo, un buen pepito de venado adobado con una copa de Vega Sicilia

Las Esparteras es tal vez la mejor bodega de carretera y, casi, de España entera. Y me pregunto a qué demonio se le ocurre incluir este bar entre los llamados de carretera… porque el único viaje que tienes garantizado si paras aquí es el de vuelta a casa, y si puede ser en la limusina. Eso sí, se vuelve después de haber colmado cualquier insólita necesidad, cuál sea, que te moviese a carretera y manta.

A sólo 47 km de la Puerta del Sol, uno siente ganas de cantar alabanzas divinas y salmos responsoriales, cuando se contemplan esas más de 500 referencias de lo mejor de lo mejor. Venerables añadas seleccionadas de Romanée Conti –sumun borgoñón–, Petrus, Mouton-Rothschild y muchas otras leyendas franchutes. Como es de imaginar, equivalentes productos nacionales se despliegan como cirios de promesas (Vega Sicilia, Pingus, Faraona, Contador…) junto con las más fastuosas burbujas Dom Perignon, Salon, Roederer Cristal… No sólo estas santas referencias tan cotizadas, también vinos excepcionales desde 10 euros, por si el fin de mes no se presenta ni como para limosnas, pero ni con esas, las ganas de rezar pasan.

Para acompañar a estos vinos, uno puede probar a ser excéntrico y sentarse en las mesas altas o en la barra para comer, por ejemplo, un buen pepito de venado adobado con una copa de Vega Sicilia, unos huevos fritos con palo cortado tradición VORS, o los excepcionales torreznos con un champán Dom Perignon. O puede ir de perdido al río y entregarse, en el comedor, al magnífico cochinillo o al cordero lechal, con las patatas panaderas, hechos en el horno de leña, que luce como un confesionario; merluza y vaca madurada son también riquísimas excusas para acompañar a un vino australiano como Penfolds Grange 2010. Barrosa Valley. O a un Godello Ultreií La Clauidna, o cualquier otra sorpresa excepcional, aquí consagrada. Raúl Barroso, docto en materia de vinos, es el propietario de este lugar de peregrinaje, para todos los que predicamos por la buena vida, despojada de brillo innecesario.