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Asado: el ritual que alimenta a una nación

También ha encontrado su lugar en el corazón de la Selección Argentina, donde se utiliza como cena de unión y camaradería. Para Messi y sus compañeros, un asado compartido es tanto alimento como ancla emocional, una manera de mantener vivas las raíces incluso en concentraciones lejos de casa.

En Argentina, hablar de asado es hablar de identidad. Nacido en las vastas llanuras de la Pampa, donde los gauchos cocinaban la carne lentamente sobre brasas al aire libre, el asado fue primero una necesidad práctica: aprovechar la abundancia de ganado vacuno en el siglo XIX y alimentarse de manera sencilla. Antes incluso de las comidas familiares y del fernect con cola, el asado era una forma de alimentación extremadamente importante para los gauchos, que se reunían alrededor del fuego y «arrojaban» trozos de carne para ver cómo comerla de la mejor manera posible.

No existían las parrillas, no existían los utensilios modernos, era uno de los primeros contactos entre el hombre y la carne animal que servía para alimentar a comunidades enteras.  Pero con el tiempo se transformó en algo mucho más profundo: un rito que condensa historia, comunidad y sabor.

Los gauchos: figura emblemática de la cultura argentina, fueron quienes convirtieron el fuego en aliado. Sin más utensilios que un cuchillo y la carne fresca, asaban costillares enteros clavados en estacas frente al fuego. Aquella cocina primitiva dio forma a lo que hoy es uno de los símbolos más reconocidos del país: el asado como patrimonio cultural, gastronómico y emocional.

Una sinfonía de cortes y sabores

El asado argentino no se limita a “carne a la parrilla”: es una verdadera orquesta de piezas y texturas. En la mesa no faltan las mollejas, la morcilla y el chorizo criollo, que abren el banquete junto a las clásicas provoletas fundidas. Después llegan cortes como la tira de asado (costillas), el vacío, el ojo de bife, el solomillo o el churrasco. Cada corte tiene su lugar y su momento, en un orden casi ceremonial que marca el ritmo del encuentro.

Más allá de la carne, el ritual incluye pan casero, ensaladas frescas y, por supuesto, vino tinto, compañero inseparable de las brasas.

Del campo a la ciudad, de la familia a la Selección

El asado se ha convertido en la columna vertebral de los encuentros argentinos: desde las juntadas familiares de domingo hasta los asados improvisados en la vereda. También ha encontrado su lugar en el corazón de la Selección Argentina, donde se utiliza como cena de unión y camaradería. Para Messi y sus compañeros, un asado compartido es tanto alimento como ancla emocional, una manera de mantener vivas las raíces incluso en concentraciones lejos de casa.

El éxito del asado no reside únicamente en la carne: está en el ritual. En el asador que controla las brasas, en la conversación que se extiende durante horas, en ese humo que impregna ropa y memoria. Cada asado es una celebración colectiva, una manera de reafirmar la identidad argentina alrededor de una parrilla.

Patrimonio y proyección

Hoy el asado argentino trasciende fronteras. Se replica en Madrid, Miami o Tokio, donde comunidades enteras lo han convertido en embajada cultural. Pero sus raíces siguen firmes en la Pampa, en esas llanuras infinitas donde nació el mito. En definitiva, el asado es mucho más que un plato: es un relato de tierra, fuego y comunidad. Y quizá por eso, no hay banquete más argentino que el que se arma alrededor de una parrilla encendida. Se escribe «asado», se lee «Argentina».