Los inicios de Häagen-Dazs son para recordar. Todo comenzó en 1921, cuando un niño polaco de siete años llamado Reuben Mattus emigró a Nueva York con su madre y su hermana. Durante los veranos, decidió ‘ganarse la vida’ y llevar la felicidad a las calles del Bronx repartiendo helados de limón caseros en un carro tirado por caballos. Un negocio familiar sin recursos que, sorprendentemente, iría creciendo poco a poco bajo el sello de Senator Frozen Products. Sin embargo, llegaron los años 50, y con ello, el boom de la industria heladera en EEUU, cosa que supuso un gran reto para su empresa.
A pesar de toda la competitividad generada, su visión logró marcar la diferencia. Reuben y su esposa Rose Mattus pusieron todo su esfuerzo en crear un helado de calidad extrema: más denso, menos aireado, elaborado con yemas de huevo, nata real y aromas naturales. Un producto que justificaría su calidad premium. El lujo en una tarima.
Más tarde llegaría el nombre. Rose inventó «Häagen-Dazs», una palabra que realmente no significa nada en ningún idioma, pero que le gustó por su exotismo con ‘apariencia europea’. En 1961, Häagen-Dazs ya debutaba con pintas de vainilla, chocolate y café por unos 8 dólares actuales. Rose se encargaría de promocionarlas personalmente, repartiendo muestras en bodegas y tiendas de Greenwich Village, donde los estudiantes de NYU la adoptaron como un nuevo objeto de deseo.
El éxito fue instantáneo. Seis años más tarde innovarían con el sabor de fresa, y en los años 80 ya contaban con una cartera de 19 sabores. Su hija daría el siguiente paso: abrir la primera heladería oficial de Häagen-Dazs en Brooklyn, que después se expandiría a una gran red de franquicias por todo Estados Unidos.
En 1983, Reuben y Rose acabarían vendiendo Häagen-Dazs a Pillsbury por 70 millones de dólares. Décadas más tarde, la marca sigue siendo uno de los grandes referentes en el mundo de la heladería, ahora bajo la dirección de Froneri.
