Cinco años llevo ya apuntando mi amor por esta isla de marca mundial. Cinco años llevo escribiendo sobre ella. Llegué hace 30 años como turista y hoy vivo aquí. No siempre estoy, pero vivo aquí. Mis after son más de aftersun que de clubes, más de amaneceres de madrugón en Portinatx que de resacas de bailongo. Mis noches son de grillos en los bosques de San Vicente. Mis lunas son más de Tagomago y de Las Dos Lunas de los Lucarini. Mis paseos son de Royal Enfifield por las curvas de San Mateo. Mis recuerdos son de ferretería y mis desfiles son de pantalán en Santa Eulalia.
Esta es una isla para volver a nacer. Somos muchos los que hemos atracado aquí para escribirnos de nuevo. Yo mismo edito cada verano este número pitiuso que huele a higuera en agosto y a brea pisada en julio. La fiesta de Tapas cada verano es la más moderna del año.
¡Qué difícil no escribir de más en esta carta pensando por qué quiero morir aquí! Mi isla es de erizos correntones, de gaviotas voraces, de lagartijas asustadas, de millonarios en chancletas, de pijas tatuadas, de payeses desconfiados, de Meharis de colores, de Defenders rugidores, de italianos que te quieren dar el palo al venderte una casa, de las Dalias de Juanito, de los restaurantes secretos, de los marinos que llegan. Mi isla es mi casa. Mi casa flota sobre una isla de piratas, de gente que quiere vivir lejos de lo chungo del continente, una pandilla de ilusos que cree que aislados, sobre el Mediterráneo, su himno es, como el mío, el de Serrat, y no el de el último DJ.