“Una batalla tras otra” es un retrato muy de los preocupados por nuestra era. Es muy un muy aburrido retrato, como son siempre los muy preocupados, que además de unos perdedores suelen ser también terroristas, drogadictos y están equivocados sobre todos y cada uno de sus diagnósticos y ya no digamos sus maneras de “luchar”. “Una batalla tras otra” es el retrato de cómo el exceso de excedente, el demasiado bienestar, llevan a una serie de funestos personajes a pensar que están llamados a salvar el mundo y a inventar una supuesta organización oculta de extrema derecha para justificar su pulsión asesina.
Esta película es lo que mucha gente piensa de un mundo que está bien hecho, que tiene problemas y defectos, pero que en general funciona admirablemente bien, pese al ruido de los que anuncian cada día el apocalipsis para el día siguiente, y al final nunca llega. Hemos inventado la extrema derecha, el cambio climático, el supuesto fallo del sistema con llegada del año 2000, cuando todavía no había llegado, y tantas y tantas profecías siempre sectarias, siempre falsas, destinadas a hacer negocio con nuestro miedo y a dar rienda suelta al delirio de los majaderos.
Y sin embargo nunca antes había habido tantas personas incorporadas a la rueda del sistema, del bienestar; nunca antes el progreso científico había avanzado tanto ni para beneficiar a tantos, y nunca antes habíamos disfrutado de comodidades como las que hoy tenemos, que convierten los sueños de nuestros padres en lo mínimo que nosotros tenemos asegurado y en lo que nuestros hijos dan tan por garantizado que hasta lo desprecian y se burlan de nosotros cuando les decimos que tienen que cuidarlo como un bien que hace dos días era escaso y extraordinario.
Que tengamos problemas no significa que nuestro mundo sea un problema. Esta película difunde el mensaje -terrible- de que sólo puede haber esperanza si derrocamos el sistema, como si precisamente el sistema no hubiera sido lo que ha librado a tantos (entre ellos a los protagonistas de la película) de ser unos desgraciados). El auge de las drogas que destruyen el cerebro no tiene que ver con el auge de los narcotraficantes sino con el auge de personas que no han sido lo suficientemente fuertes para tomar las riendas de su vida y prefieren destruirse a ponerse ante el espejo de su derrota. Es lo mismo que las revoluciones -desde las de extrema izquierda hasta las identitarias-, todas parten de un desesperado intentar ser alguien en la colectividad, habiendo la persona concreta fracasado cuando lo ha intentado con sus propios métodos.
Los enemigos inventados, tanto si son los bancos (Podemos), como España (los independentistas), la extrema derecha (los socialdemócratas) o los inmigrantes (el nacional populismo) son puntos de apoyo para mover la palanca, y esta palanca se rompe mucho antes de mover el mundo causando, eso sí, mucho dolor y víctimas inocentes. Los que quieren salvarnos son nuestros enemigos y nunca como en nombre de los idealistas tanta sangre ha sido derramada.
Que películas como “Una batalla tras otra” descaradamente animen a la revolución incluso armada, y que sean recibidas como románticas obras de arte de la crítica social, sugiere que el mayor riesgo de era es la frivolidad, la inconsciencia de no haber tenido que trabajar por lo mucho que nos ha caído del cielo. Y así están estos idiotas dirigiendo a la turba contra cualquier fantasma.