Es una lástima que sea tan complicado hacerse con una franquicia de Cipriani -todo lo contrario de lo que sucede con Nobu-. Que Madrid o Barcelona no tengan su Cirpiani -en España, la casa “sólo” tiene sede en Ibiza y Marbella- es un atraso, porque es imbatible el nivel de confort que supone ir a estos restaurantes. Hay que ser una persona francamente retorcida y poco amable para que no te guste Cipriani. Su carta es tan amplia, de tonalidades tan suaves y pensada para gustar -como las rosas de los Cuartetos de Elliot, “ponen cara de ser miradas- que puedes llevar a cualquiera sin preguntar. Puedes comer pasta y no comerla. Los entrantes son buenos y siempre apetecen, el tartar de carne es de los mejores del mundo, el vitello tonnato es muy reconocible, fácil de comer, también, y las gambitas y el calabacín fritos. Los embutidos son italianos pero agradables; la pizza sólo con tomate es muy acertada como entrante.
Y luego las pastas, que son todas buenas, todas sin complicación, y la milanesa rebozada, que saca de un apuro a cualquiera, aunque no es realmente necesario tomar un “segundo” y con cosas para compartir pasa uno el mediodía o la cena sin ninguna complicación y siendo todo encantador. El servicio -esto es muy importante- siempre es italiano, de modo que siempre está dispuesto a complacerte, a no ser arrastrado, y a tratarte con humor y con respeto para que te sientas parte de la escena y no al que se la alquilan a cambio de una elevada suma de dinero.
La decoración es confortable, estudiada y bonita, pero confortable; todos los Ciprianis tienen un aire a sí mismos pero sobre todo son todos cómodos, procuran al cliente una sensación de confort y de tranquilidad, de que todo en esta vida tiene solución.
Cipriani nació para gustarnos y ha sido excelente el modo que ha tenido a lo largo de las décadas de resolver este propósito. No es de recibo extrañarse por los precios, porque es una marca mundial, y mundialmente querida y aceptada allí donde va. Tal vez el Cipriani más determinante, el de público más sofisticado, sea el de la Quinta Avenida, al lado del Pierre y de Apple Store; y el más extravagante, y de público más apache, el de Ibiza, que igualmente resulta encantador, pero con sus particularidades.
Todo puede ser pero de momento no parece que vayamos a tener Cipriani en Madrid ni en Barcelona. Tampoco es tan mal plan. Siempre está bien que viajar nos haga ilusión por algo.