Corría el año 1978 cuando la primera sede del Museo del Jamón abría sus puertas para convertirse en un emblema madrileño y punto de encuentro de locales y visitantes que miden su felicidad en cañas de cerveza bien tiradas, tapas de jamón y buena conversación. Ahora, esta empresa familiar renueva su imagen bajo el lema “Restauramos”, que abarca un cambio de carta, de imagen en sus siete establecimientos y en su labor divulgativa con la que, a través de los recorridos jamoneros –que van desde la Jamonería hasta la mesa–, se degustan siete variedades diferentes de jamón. El producto se sirve cortado a cuchillo y se presenta de forma didáctica para que todo paladar curioso pueda tener una idea completa de cómo se degusta y qué hay que tener en cuenta a la hora de seleccionarlo.
En la nueva propuesta no falta el buen producto, ideal para compartir, en un ejercicio de tradición y sencillez. Así, la nueva oferta es una muestra de su evolución gastronómica y un homenaje al cerdo, que tantas alegrías nos da y tanto placer culinario nos regala. Y todo ello elevando las bondades del tapeo más tradicional en la que son los platos castizos los auténticos protagonistas.
Una transformación que llega en un momento clave, cuando las reuniones familiares y de amigos cobran más relevancia que nunca. El Museo del Jamón abre sus puertas a todo el que quiera reunirse alrededor de la mesa pero, sobre todo, en torno a la barra, donde acodarse, tomarse unas cañas y un picoteo rico. Las comandas combinan lo mejor de los clásicos, como las croquetas de jamón y las nuevas de rabo de toro, los huevos rotos con patatas y jamón, los torreznos crujientes, los calamares y las bravas con salsa casera. Y, como novedad, los boquerones rociados con aceite de ajo y las anchoas del Cantábrico.


Pero también hay propuestas más actuales que llaman a mancharse las manos: costillas confitadas a baja temperatura con salsa de frutos secos, secreto ibérico con chimichurri o champiñones con jamón rellenos de una duxelle a la que se le agrega picadillo de jamón ibérico. La parte dulce aguarda también una sorpresa, porque se incorpora una tarta de queso individual de elaboración casera, que se suma a postres clásicos como el flan de huevo, el pudding o la tarta de chocolate. Será una oportunidad única para celebrar el casticismo, la sencillez y degustar la mayor carta jamonera del mundo.