Maggie Cowles no necesita dibujar personas para contar historias. Sus ilustraciones, descritas como “narrativas sin palabras”, encuentran emoción en los restos de una comida, una servilleta arrugada o un vaso volcado. “Creo que los objetos pueden ser tan expresivos como las personas, a veces, incluso más”, nos explica la artista desde Nueva York. “Me encanta esa narración silenciosa que ocurre en los restos y las disposiciones. Es como captar un susurro de un recuerdo sin necesidad de oír toda la conversación”.
Formada en diseño textil en la Rhode Island School of Design, Cowles trabajó varios años en el mundo de la moda antes de volcarse en la ilustración. Aquella experiencia aún marca su estilo: “Definitivamente conservo el amor por el patrón y el ritmo”, nos cuenta. “En el diseño textil siempre piensas en la repetición, la escala, cómo vive un estampado sobre el cuerpo. Esa forma de componer no se me ha ido”.

Su línea, temblorosa y aparentemente imperfecta, se ha convertido en una de sus señas de identidad. “Al principio trataba de hacer todo más limpio, más correcto”, recuerda. “Pero un día entendí que esas irregularidades eran precisamente lo que me hacía reconocible. Lo abracé. Solté el control”.
Muchos de sus dibujos evocan recuerdos familiares y escenas de la infancia, especialmente ligadas a la comida. Una de sus anécdotas favoritas tiene lugar en el Chinatown neoyorquino. “Mi madre y mi tía compraron un pato para una receta muy elaborada, pero yo insistía en que era un pollo. Me callaron varias veces… hasta que descubrieron que, efectivamente, era un pollo. ¡Triunfé gracias a los detalles!”
Durante la pandemia, Cowles creó la serie A Year by Myself, centrada en mesas vacías, solitarias pero meticulosamente dispuestas. “Quería hacer una carta de amor a los rituales, incluso cuando eres la única persona en la mesa”, nos cuenta. “Había algo íntimo, casi esperanzador, en cuidar de uno mismo en plena soledad”.

El color, vibrante y siempre presente, lo trabaja de forma intuitiva. “A veces empiezo por un ingrediente —el brillo morado de una berenjena, el rojo de un tomate— y dejo que la escena se construya a partir de ahí. El color es casi siempre lo primero que me viene a la cabeza”.
Aunque su obra nace de experiencias personales, encuentra eco universal. Así lo comprobó con su exposición A Summer in Manhattan, 1996, presentada en París junto a Studio Miracolo. “Era todo muy específico: los helados italianos, el café de mis padres de Zabar’s… Pero mucha gente me decía que se sentía identificada. Supongo que la nostalgia es un idioma compartido, aunque cada uno lo hable en su propio dialecto”.
Cowles ha colaborado con medios como Bon Appétit, British Vogue o Politico EU, y se rumorea un discreto proyecto con Harry Styles. También participó en Dinner Service NYC, lo que le hizo reflexionar sobre el modo en que una imagen puede vivir en distintos contextos. “La misma ilustración fue portada de un libro y estampado de un suéter. Me recordó que el arte, como la comida, también se comparte”.

¿Su mayor anhelo? “Todo lo que quiero en este mundo es trabajar en un libro”, nos confiesa con entusiasmo. Podría ser un libro infantil, o una colección de relatos visuales sobre comidas inolvidables. De cualquier modo, lo que propone Cowles es siempre lo mismo: mirar lo cotidiano con ojos nuevos, y quedarse en el eco de lo que no se dice.