Cuando Sofía, con sus manos ágiles y su belleza deslumbrante, fríe no una, sino cientos de pizzas, no está simplemente cocinando; está narrando la historia de una ciudad entera. En esa escena icónica de la película L’oro di Napoli, Sophia Loren, con su casquete negro y su sonrisa pícara, representa el alma misma del pueblo napolitano: su resiliencia, su ingenio y su inquebrantable alegría de vivir, incluso en los momentos más difíciles. A través del humo y el crujir del aceite, la pizza frita se alza como el símbolo definitivo de una Nápoles que supo reinventarse.
Ingenio en la posguerra
Para entender verdaderamente el significado de la pizza frita, debemos viajar a la Nápoles de la posguerra. La ciudad estaba en ruinas, devastada por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial. Los hornos de leña, el corazón de las pizzerías tradicionales, habían sido destruidos o eran un lujo inalcanzable. Los ingredientes escaseaban. Sin embargo, el hambre y la creatividad de las mujeres napolitanas no conocieron límites.
Ellas fueron las verdaderas pioneras. Tomaron la masa de pizza tradicional, la estiraron y, en lugar de hornearla, la sumergieron en grandes ollas de aceite o manteca hirviendo en las calles. Este ingenioso método permitía preparar un plato caliente y saciante sin necesidad de un horno. La pizza frita se convirtió en el plato del pueblo, una comida nutritiva, económica y accesible para todos. A menudo se vendía «a otto giorni», es decir, a crédito, para ser pagada en una semana, una muestra de la confianza y el fuerte sentido de comunidad que caracterizaba a los barrios napolitanos. Era una fiesta diaria de sabores sencillos y auténticos que unía a la gente.
El sabor de la resiliencia
La pizza frita no busca la sofisticación; celebra el triunfo de la sencillez. No necesita ingredientes caros para conquistar el paladar. La masa crujiente por fuera y suave por dentro, rellena de ricota cremosa, ciccioli (trozos de panceta de cerdo) o salame de Nápoles, es una combinación de texturas y sabores que evoca recuerdos. Es la prueba de que, con pocos elementos, se puede crear algo extraordinario. Cada bocado es un viaje en el tiempo, una conexión con el pasado de una ciudad que encontró en la cocina una forma de resistir y celebrar la vida.En la película, el personaje de Sophia Loren no solo vende pizzas; se convierte en el epicentro de la vida del barrio. Su puesto es un lugar de encuentro, de chismes, de risas y de pequeños dramas cotidianos. A través de ella, el mundo conoció este manjar humilde y su profundo significado cultural. La actriz, con su magnetismo natural, elevó un simple plato callejero a la categoría de símbolo cinematográfico.

La Nápoles moderna
Via Toledo, una de las principales calles de Nápoles, es desde hace años un símbolo de la cultura gastronómica napolitana. Turistas rubios de ojos azules procedentes del norte de Europa, asiáticos, norteamericanos… Esta calle es hoy en día una mezcla de culturas unidas por la pizza frita; elegida por todos, aceitosa y perfumada, se come en cada esquina, en esas calles estrechas y pequeñas adyacentes a los barrios españoles, el lugar que en su día albergó el corazón palpitante vinculado a la presencia de las tropas españolas durante el periodo de dominio español en el siglo XVI.
Hoy en día, la pizza frita ha dejado de ser solo una comida de subsistencia para convertirse en un ícono de la gastronomía callejera napolitana. Ya no se vende únicamente a crédito, pero su esencia sigue siendo la misma. Los locales históricos, con su encanto de antaño, y los nuevos establecimientos modernos ofrecen este manjar en todas sus variantes, desde la clásica rellena de ricota y pimienta hasta versiones gourmet con ingredientes sofisticados.
Pasear por las estrechas calles del centro histórico de Nápoles y ver a la gente haciendo fila frente a pequeños puestos o locales para pedir una pizza frita es una experiencia que te transporta directamente a la escena de Sophia Loren. Es un recordatorio de que, a pesar de los cambios, la esencia de la ciudad permanece intacta: la pasión por el buen comer, el calor de la gente y la capacidad de convertir lo simple en algo mágico.
La pizza frita es, en última instancia, el oro de Nápoles: un tesoro que brilla con la luz de la historia y el sabor de la tradición.