Todos los primeros viernes de agosto se celebra el Día Internacional de la Cerveza, una de las bebidas favoritas de los españoles y del mundo entero. Que ayer fuera esta celebración, no quita que en Tapas nos hayamos olvidado de la jornada dedicada a la bebida de oro, sino que estábamos, literalmente, celebrándolo con un tercio en la mano. Además, quién mejor que España para recordar que la pasión por la cerveza se celebra todos los días del año. Como si es en los aperitivos de los bares, en las comidas de los restaurantes, en las quedadas con amigos o en los domingos en familia. El botellín -que frío, por favor- es un amigo fiel a lo largo de todos los meses del año y alrededor de todo el globo.
En su receta hay algo que la vuelve adictiva. Los 190.000 millones de litros anuales consumidos globalmente lo confirman. Con diferencia -que también por tamaño-, Brasil, China y Estados Unidos son los países que más consumen de este brebaje. No obstante, en España tampoco nos quedamos cortos con el dato de que la consumición por español llega a de 52,8 litros al año.
En conclusión, no importa si estás en Asia, América o Europa, la cerveza ha sido uno de los conquistadores más eficientes de la historia y tenemos que decir que, el mundo entero, ha caído a sus pies.
Origen de su homenaje
El primer viernes de agosto fue la fecha que se instauró para rendir homenaje a la cerveza cada año. Se estrenó en 2007 en Santa Cruz, California, y desde entonces, millones de personas se suman a esta celebración, destacando la diversidad, historia y cultura cervecera global, con especial protagonismo de las cervezas artesanales en los últimos años.
Sinceramente, ¿qué mejor mes que el caluroso agosto para rendir homenaje a esta bebida tan fresquita?
Símbolo de convivencia
El origen de la cerveza se remonta al 4.000 a.C. en la antigua Mesopotamia, donde se encuentran las primeras evidencias de su consumo: una tablilla de barro con personas bebiendo de un mismo recipiente. Se cree que su invención fue accidental, al fermentar una mezcla de agua y cereales, proceso que los sumerios perfeccionaron al humedecer pan y dejar actuar a la levadura.
En Egipto, la cerveza -llamada zythum– era parte esencial de la dieta diaria. Mientras el vino se reservaba para las élites, la cerveza era la bebida del pueblo. Para abaratar su producción, usaban espelta en lugar de cebada, y experimentaban con ingredientes como miel, azafrán, jengibre o comino para mejorar su sabor.
Con el tiempo, los griegos adoptaron las técnicas egipcias y las transmitieron a los romanos, quienes la bautizaron como cerevisia, en honor a la diosa Ceres. Su elaboración se fue adaptando a los ingredientes locales: trigo en China, centeno en Rusia, arroz en Japón (donde surgió el sake), y maíz en las civilizaciones precolombinas de América.
En China, la cerveza se conocía como kiu y se elaboraba con una mezcla de cereales, mientras que en Europa, su expansión fue clave para el desarrollo del producto tal como lo conocemos hoy. Desde regiones como Armenia, Georgia o el sur de Rusia, la cerveza de cebada se extendió a Alemania, Bélgica o las Islas Británicas, donde nació el uso de nuevas levaduras que marcaron el inicio de la cerveza moderna.
Así, la historia de la cerveza es también la historia de la agricultura, la cultura y el intercambio entre civilizaciones. Una bebida que, más allá de su carácter costumbrista, ha sido símbolo de identidad, innovación y convivencia durante milenios.