Opinión Andrés Rodríguez

El contrato servilleta

Mola mucho más firmar un contrato en una servilleta que delante de un notario. Los contratos en
servilletas se firman en los restaurantes que recomienda esta revista. Un día publicaremos la Lista de los Mejores Restaurantes para Firmar un Contrato en una Servilleta. Cosa tuya, querido lector, comilón, será que firmes un acuerdo prematrimonial, la startup que cambiará el mundo o esa herencia que dilapidar con una buena bodega.

La parte contratante de la primera parte es una servilleta que puede tener lamparones de bocata de calamares grasiento, o una de esas que raspan como si fuera lija; servilletas con logotipo de tinta bailona, o esa que se aprieta con el puño cerrado, se hace una bolita y se tira al suelo
para que acompañe a la cabeza chupada de gamba.

El contrato servilleta es tan eficaz como un apretón de manos, como el beso furtivo de una amante en un entierro. Dicen que es el que firmó Zinedine Zidane para venirse al
Madrid, es el contrato con las musas que Joaquín Sabina firmaba en La
Mordida -su restaurante mejicano de la calle Belén- cuando aún podía
escribir sonetos que musicar sin que le dieran por muerto con los selfies.

Escribo esta carta en una servilleta, con una pluma de plumín gordo de tinta azul Klein, temiendo
que se me acabe la servilleta, que me calen las palabras de delante a detrás, que la pierda antes de transcribirla. La escribo no en mi bar favorito, ni en el restaurante al que te llevaré. La escribo donde nadie me conoce… “Camarero, ¿me acerca otra servilleta, por favor? Y un doble de cerveza”