En medio de la vorágine de micro-tendencias que influyen en la sociedad moderna, coexisten algunos sectores vinculados directamente a la presión social. La gastronomía es una de ellas.
Todo ello ha impulsado el surgimiento del FOODMO, o el miedo a perderse tendencias gastronómicas. El término se proyectó en la red en 2023 para definir esa angustia a la hora de perderse alguna tendencia o plato viral. De sufrir por las ‘experiencias positivas’ ajenas, y quedarse sin experimentarlas en la vida real.
Esa sensación de exclusión basada en algoritmos, lleva, en muchas ocasiones, a la gente a viajar a EEUU a probar el último smoothie de Erewhon, a París a capturar el café con el helado de Folderol o a comprar el chocolate Dubái o el matcha de moda de algún luga repartido por el mundo.
Al fin y al cabo, la cultura culinaria se ha erigido a la cumbre del mainstream, evolucionando de manera ininterrumpida durante la última década; suscitando un interés colectivo que la posiciona directamente en el núcleo de la viralización. Desde tutoriales o recetas hasta reseñas virtuales de determinados restaurantes o productos del supermercado. Ya no sólo se trata de la satisfacción individual que produce esa comida o experiencia, sino la de compartirla con la comunidad digital y formar parte de ella. De consumir la moda.
Esa corriente viral está llevando asimismo a muchos restaurantes, cafeterías, heladerías o bares a replicar el plato o el alimento que está generando tal frenesí, desencadenando en la monotonía en una especie de monotonía en las opciones culinarias que homogeneizan la cultura culinaria y diluyen el valor real del producto.