Oscura y necesaria miniserie en Movistar Plus, “Condena”. El tema es la culpa, aceptar la culpa y que no puedes borrarla. Sólo puedes intentarlo, fracasar, volver a intentarlo. Lo mismo que perdonar cuando te han hecho algo horrible, como matarte a un hijo. Vivir con esta frustración, en rebelión contra ella, y que tu humanidad consista en saber que nunca podrás superarla pero en continuar intentándolo.
No es tan fácil escapar de lo que hemos hecho. Y a veces es imposible. Nos destruye el dolor y no hay nada que podamos hacer para dejar de tener visiones. Pero podemos hacer mejor las cosas, aunque no hagan promedio con el daño que provocamos; y sufrir en silencio, sin quejarnos, sin buscar excusas, sin pretender victimizarnos a través de la culpa -esto es muy de nuestra era- y aceptar que nuestra culpa es nuestra identidad y procurar que nuestros siguientes pasos sean una respuesta.
“Condena” no es una serie retórica ni que gaste minutos en adornos. Tres capítulos de menos de una hora cada uno. Sólo lo esencial. Sólo el espíritu. Sin escapatoria, casi sin metáfora. La serie se guarda mucho de ralentizarse en meandros de confort. Directa a lo que hiere, a lo que fulmina. La rectitud no es una quimera pero tampoco una hipocresía. El amor tiene defectos, como tu ser podrido, pero si lo retomas puedes crear belleza y no sólo espanto. La desesperación es terrible pero a veces sólo existe una manera desesperada de aprender, de vivir siendo capaz de hacer algo más que salir corriendo. Yo soy de los que suelo salir corriendo, tal vez por eso “Condena” me ha incomodado tanto.
Si Dios nos enseñó, básicamente, a dar las gracias y a pedir perdón, y en estos dos actos se pueden resumir el amor y la fe, la libertad y la espiritualidad, es porque tenía una información mucho mejor de la que a veces nos da nuestra arrogancia. No siempre podremos ser ni más fuertes ni más grandes que el terrible dolor que causamos a través de nuestro egoísmo y de nuestra debilidad, que en el fondo son la misma palabra. Pero podemos crecer a través de la aceptación de que tenemos una deuda, y que es por culpa nuestra, y con mucha voluntad, hacer de nuestra fragilidad y de nuestra torpeza algo entre el viento y la luz, que aunque sea difuso, disipe ni que sea un poco la oscuridad.