Opinión Andrés Rodríguez

Amor con hambre, no dura

No, no contaré una historia personal en este número. Es verdad que suelo hacerlo desde que decidí que el editorial no sería en nuestra editorial un resumen de los contenidos. Quizá el año que viene, ya que repetiremos el número sobre sexo cada año.

Este primero he ido tomando apuntes sobre los paralelismos entre la comida y el sexo, los dos instintos primitivos, los dos civilizados por las distintas culturas, los dos aún por civilizar.

A riesgo de ser considerado un poco vulgar, apunto algunos, solo algunos: la curvatura del plátano, la melosidad de la chirla y de la ostra, el pepino y su dureza, los melones y los pechos. ¡Qué decir de todo tipo de salchichas! De los refranes sobre el libertinaje de las gallinas, del cabrón para el varón adúltero, de la papaya y sus efluvios orientales… ¡Del helado!, no del polo,
¡del helado! Seguro que si me lees te están viniendo tantas y tantas asociaciones que la fase oral de Freud, la primera etapa del desarrollo psicosexual, la sientes próxima. Todo por la boca, todo
a la boca: lamer, comer, besar, gritar, babear, suspirar, sorber, morder… Benditos infinitivos.

La historia del cine, de la literatura, de la fotografía, la historia de nuestra historia, es el cruce de nuestros dos apetitos más placenteros, el yantar y el follar. Hemos tardado diez años en “parir” nuestro TAPAS The Sex Issue. No piense el lector que no estábamos practicando, cada uno en lo suyo, a su manera, con su amante, su esposa, su amigo, su compañero de trabajo, con su ex, con el oficial, con el recién llegado, con el viejo amor, con quien quiso. Con todos comió y bebió, antes
y después. Ya saben: “Entre pucheros anda el deseo”.