Qué gusto dan esos pequeños placeres. Piénsalo: la risa que surge de forma espontánea y que se intensifica con la de tus amigos al recordar una anécdota; la satisfacción de hacer los “deberes” e improvisar una quedada con la sencilla intención de disfrutar del presente, así, sin más, en buena compañía y sin prisa, con una copa bien preparada sobre la mesa. Es en esos buenos momentos sin pretensiones, pero con mucho fondo, donde Ron Cacique encuentra su lugar natural, su hábitat. Donde saca toda la “artillería” para duplicar el placer.
Así ha sido desde que la marca cobrara vida allá por 1961, y en este tiempo se ha convertido en un icono de autenticidad y maestría en la elaboración del ron. En las ricas tierras venezolanas, a los pies del Parque Nacional Terepaima, nacen las cañas de azúcar con las que se elabora esta bebida. Una materia prima que lleva consigo la pureza de las aguas de manantial y la riqueza de unos suelos plagados de minerales. Así, en un lugar donde el clima tropical hace también su trabajo, se lleva a cabo la elaboración artesanal para crear un ron vivo, equilibrado, complejo y lleno de carácter.


Ya sea en bares y restaurantes, o en la bodega particular de los hogares, es habitual encontrar Ron Cacique, como ese ron icónico y auténtico que se comparte de generación en generación. Luego, gracias a su versatilidad y sabor lleno de matices, se emplea en combinados o en cócteles para darle esa chispa a los momentos de disfrute. Cada uno tiene su favorito. Los amantes del clásico ron-cola optan por el Cacique Añejo, de perfil cálido, notas de vainilla, frutos secos y madera tostada. Y aquellos que prefieren elevar la experiencia de consumo del cóctel, se decantan por Cacique 500, más profundo y maduro. En cualquier caso, la motivación es la misma, compartir, dejar la prisa a un lado y sentir el valor del momento presente.