“Un fantasma en la batalla” (Netflix) es un duro, amargo y muy hermoso homenaje a tantas personas que arriesgaron sus vidas en silencio en la lucha contra ETA. Tantos hombres y mujeres que arruinaron sus relaciones familiares y sociales por nuestra libertad; y aunque hoy a muchos jóvenes ETA les pueda sonar a vieja fábula de chalados, o a nada, es importante que lo sepan. Es importante que sepan que en los momentos más delicados de nuestra democracia, chicos y chicas de su edad lo dieron todo porque pudiéramos vivir libres y en paz. De un lado me alegra que mi hija y sus amigas no sepan nada de ETA, porque significa que ganamos y que dejamos atrás tanta brutalidad. Del otro me parecen muy oportunos trabajos como éste de Agustín Díaz-Yanes para que sobre todo los que están forjando su carácter entiendan que no todo fue siempre tan fácil, y que sobre el valor y la generosidad de cada uno se construyen las victorias colectivas.
Mejor que “La Infiltrada” -con menos rodeos y más matices-, “Un fantasma en la batalla” subraya la fragilidad de nuestras vidas y lo insospechadamente valientes que podemos llegar a ser cuando nos enfrentamos a los más exigentes retos por aquello en lo que creemos. No es una película cuartelaria pero se adentra en el sufrimiento policial, en los recursos limitados y en una profunda humanidad que no siempre hemos reconocido a los cuerpos y fuerzas de seguridad, resaltando siempre sus errores -que a veces inventamos- y sin dar nunca las gracias.
La gratitud, la gratitud aparentemente sencilla pero tan olvidada en la era en que todo son derechos, y sólo derechos, me parece el gran tema de fondo de la película. Muchos de nuestros problemas familiares, políticos, o en el trabajo, es porque sentimos una apabullante necesidad no resuelta de dar las gracias. Nos da vergüenza, no lo hacemos. Nos cuesta tanto agradecer que a veces hasta olvidamos los motivos por los que tendríamos que hacerlo. No sé si el director Díaz-Yanes pensó en ello mientras dirigió la película, yo no pude dejar de hacerlo mientras la vi.
No creo que nuestros hijos hayan de vivir peor que nosotros, pienso todo lo contrario. Eduardo Mendoza dijo el martes al recoger el Princesa de Asturias que todo el mundo parecía tener un motivo para estar indignado pero que él vivía muy bien. Comparto plenamente su idea. Hay un exceso de negatividad no fundamentada. Pero es verdad que entre tanto ruido, y tanta rabia, la musculatura de la gratitud -y por lo tanto de la generosidad- no están tan ejercitadas como sería deseable. El origen de la violencia nunca es un agravio sino cuando olvidamos que lo que creemos que nos deben es muy inferior a lo que sabemos seguro que nos han dado.