El banquete real es un reflejo más del poder monárquico, lleno de manjares con los que deleitar a los invitados para celebrar el momento culminante de una visita de Estado. En esta ocasión, el invitado de honor fue Donald Trump, quien tomó posición entre el rey Carlos III y la princesa de Gales, compartiendo mesa con figuras políticas o magnates como Tim Cook.
La cena de gala en el castillo de Windsor obsequió a 160 invitados desde el salón St George’s Hall, predispuesto de manera minuciosa. Cada cubierto, plato o decorado floral. En ella, Trump aprovecharía para dar un discurso en torno al vínculo existente entre la monarquía británica e Inglaterra y Estados Unidos, enfatizando en la necesidad de mantenerse unidos.

Dejando de lado el contenido político, el banquete real contó con un sofisticado menú de alta cocina en el que se sirvieron algunos platos de inspiración francesa. Entre ellos, una panna cotta de berros de Hampshire con galletas de mantequilla de parmesano y ensalada de huevos de codorniz. También una ballotine de pollo con calabaciones con jugo inficionado con tomillo y ajedrea.
El postre puso la guinda a la velada con una bomba de helado de vainilla con un sorbete de frambuesa de Kent en el interior, y una cubierta con ciruelas escalfadas. Un postre francés conocido como ‘bomba glacée’ que puede prepararse de distintas maneras, pero que siempre mantiene la misma forma esférica.
Los invitados también pudieron disfrutar de una generosa carta de vinos entre los que figuraron un Wiston Estate, Cuvée (2016) o un Domaine Bonneau de Martray, Corton-Charlemagne, Grand Cru (2018). Tras la cena, los espiritosos continuaron animando el festín con algunas referencias como un oporto añejo de 1945, en honor a Trump por haber sido el 45.º presidente de los Estados Unidos.