La esencia del café turco reside, entre otras muchas cosas, por su proceso de elaboración heredado de la época otomana. Mientras que en otras partes del mundo esta bebida estimulante se filtra para obtener un resultado más suave y ligero, el turco se cuece a fuego lento en un cezve, una pequeña cafetera tradicional que suele ser de cobre. Los granos de café se muelen hasta alcanzar una finura casi polvo, mucho más fina que la del espresso, lo que le confiere una densidad y espesura diferentes.
A nivel cultural, éste es concebido como un símbolo de hospitalidad y conexión social clave en las ceremonias matrimoniales o en las reuniones con amigos o familiares.

El café turco, servido en delicadas tazas y platillos, se utiliza también como una vía para la adivinación. La práctica en cuestión se llama ‘tasseografía‘, y se lleva a cabo leyendo los posos del café que quedan en el fondo de la taza, prediciendo el futuro. Esta tradición otorga al café un carácter casi místico y espiritual.
Uno de los momentos históricos más importantes vinculados al café fue en 1539, cuando la ciudad de Estambul vio nacer las primeras ‘kahvehanes‘ (cafeterías), lugares que no solo servían café, sino que también se convirtieron en centros de intercambio de ideas y debates intelectuales. Sin embargo, este auge no estuvo exento de controversia, ya que muchas autoridades políticas y religiosas temían que estas cafeterías pudieran convertirse en focos de disensión. Incluso el gobernador de La Meca intentó prohibir el café en 1511, aunque su edicto acabaría siendo efímero.