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Hablemos de ostras: cómo el alimento más humilde se hizo ‘gourmet’

Cada una es un pequeño universo de sabor, un reflejo del lugar donde ha crecido. Los expertos ya no solo las comen, las catan.

¿Hay algo más elegante que una docena de ostras frescas sobre una cama de hielo picado? Es un bocado que nos transporta al instante a la sofisticación, a los brindis con champán y a los caprichos del paladar. Sin embargo, detrás de ese aura de lujo, se esconde una historia tan deliciosa como sorprendente, donde la ostra no era un manjar de élite, sino el sustento del pueblo.

Durante miles de años, las ostras fueron la comida rápida del mar. Abundantes y fáciles de recolectar, eran el alimento básico de las zonas costeras. En la Antigua Roma, se consumían tanto en los banquetes imperiales como en los puestos callejeros. Más tarde, en el Londres victoriano del siglo XIX, se vendían a precios irrisorios, compitiendo con el pan y el queso por ser el alimento más accesible para la clase obrera. Eran el perrito caliente de su tiempo.

Entonces, ¿qué fue lo que transformó a este humilde bocado en un ícono de exclusividad? La respuesta es sencilla: la escasez. La creciente demanda y la falta de regulación llevaron a una sobreexplotación masiva de los bancos de ostras, especialmente en la costa este de Estados Unidos y Europa. La contaminación y las enfermedades hicieron el resto. Lo que antes era un recurso casi inagotable se convirtió en un lujo, y su precio se disparó. El estatus de la ostra no cambió por su sabor, sino por su ausencia.

Hoy, el arte de la ostra se celebra. Cada una es un pequeño universo de sabor, un reflejo del lugar donde ha crecido. Los expertos ya no solo las comen, las catan. Hablan de su «terroir» salino, de los matices yodados de una ostra francesa o del regusto a avellana de una de las famosas Belon. La acuicultura moderna, con sus métodos sofisticados, permite que hoy podamos disfrutar de ostras de la máxima calidad, cultivadas con mimo y paciencia para que cada bocado sea una experiencia inolvidable.

Así que la próxima vez que te sientes frente a una docena de ostras, recuerda su fascinante historia. Estarás disfrutando de un manjar que nos mintió de forma deliciosa. Un bocado perfecto para recordarnos que, a veces, la alta cocina es la venganza de un alimento que un día fue humilde.