Nombres propios

Leopoldo Abadía: «Un buen restaurante es ese sitio donde te atienden bien»

Retrato de Leopoldo Abadía
Foto: Cortesía de Espasa.

Cada mañana, Leopoldo Abadía suele ir a desayunar a un bar cercano a su casa de Zaragoza donde las camareras le saludan por su nombre. “¿Qué tal, Don Leo? ¿lo de siempre… pero con vino?”, le han dicho hoy mismo, cuenta, y se ríe a carcajadas. “Menuda fama de borrachín voy a tener… y luego, cuando salga a pasear, la gente dirá: ‘Mira al pobre hombre, necesita airearse”.

Bromas aparte, quién pudiera, a su edad, mantener ese espíritu tan juvenil y disfrutón. Leopoldo Abadía tiene 86 años, 12 hijos y una larga carrera a sus espaldas como profesor, escritor y economista, además de la fama del tipo que mejor explica las situaciones de crisis.

Su último libro, Sonriendo bajo la crisis (Espasa), es otro ejemplo de cómo su sabia perspectiva vuelve a ayudarnos a entender lo que pasa, por qué pasa y cómo podemos afrontar lo que pasa. El título hace una referencia cinematográfica a la mítica escena de la película Cantando bajo la lluvia, donde Gene Kelly baila y sonríe pese a la que le cae encima. Abadía, además, recuerda que el día que rodaron aquel número inolvidable, el actor tenía 39º de fiebre. Así que habrá que seguir bailando.

Hay quien dice que hasta previste lo que iba a pasar.

Uy, no. Yo sólo me asomé a la ventana y vi unos cambios que estaban pasando: el Brexit, Cataluña, las fake news, la demografía, el empoderamiento de la mujer, las redes sociales… pero, hombre, creo que estas cosas las habíamos visto todos. Yo simplemente lo recogí: primero lo llamé un cambio de paradigma, pero luego me pareció una cursilada y preferí llamarlo “el cambiazo”. Pero de prever, nada.

Y si miramos al futuro, ¿cómo lo encaramos? ¿Con optimismo basta?

Al optimismo yo le cambié la definición: para mí es luchar con uñas y dientes para salir de una situación concreta, y ésta es una situación concreta. Pero en el libro aclaro algo, y es que hemos vivido una terrible crisis sanitaria y eso, por mucho optimismo que le eches, no cambia lo ocurrido.

Parte del reciente ‘cambiazo’ que hemos vivido también tiene que ver con la manera de comer y cocinar que hemos desarrollado. ¿Qué tal te fue durante el confinamiento?

Mi situación ha sido muy buena. Nos confinamos mi mujer y yo, pero tenemos 12 hijos que nos cuidan, así que ha sido como tener un montón de restaurantes en casa. De locura. Y exquisito todo. Aunque yo reconozco que me gustan mucho esas latas de cocido o fabada que abres y listo. Para mí no ha sido un gran cambio.

Ahora tus hijos ya son mayores, pero en su momento, 12 bocas que mantener… no sería ninguna broma.

No sólo hubo que mantenerlas, sino pagar las cuotas de los colegios, las repeticiones de curso, la universidad… A mí la gente me pregunta si he ganado mucho dinero, y yo digo que sí. ¿Y dónde está? Pues están por ahí… (risas). Pero cuando ves que la familia te quiere y que tú les quieres, eso vale mucho más. Así que lo hemos amortizado de sobra.

Pero en la cocina has entrado poco, creo.

Más bien nunca. Sé hacer un huevo frito y una tortilla, pero siempre tengo que preguntar si eso va con mucho o con poco aceite. Si es con mucho aceite me sale huevo frito y si no, tortilla. Ahí se acaba el asunto.

Una de tus grandes virtudes es que explicas cuestiones económicas para que resulten fáciles de entender. Pero hay otras ante las que también muchos necesitamos ayuda. Por ejemplo, algunas cartas de restaurantes…

En confianza, yo de eso no entiendo nada. Soy muy poco gourmet. Por eso suelo pedir cosas que ya sé que me gustan, como el steak tartar. Pero a mí, más que por la comida, los restaurantes me gustan mucho por lo que significan: por salir, por relajarte, por estar con amigos, con tu mujer, porque puedes hablar de cosas. En mi casa siempre ha habido un lío tremendo en las comidas y las cenas, así que para nosotros salir a cenar fuera era una paz.

¿Tienes algún menú favorito?

Sobre todo, como he dicho, el steak tartar; y antes de eso el “algo para picar” me encanta. Y de postre si me dan un zumo de naranja me parece muy bien, pero si me dan profiteroles con chocolate me parece mejor. No entiendo mucho de vinos pero sí sé cuando uno es malo. En general soy muy normalito comiendo. Yo de los restaurantes me acuerdo más por el ambiente o por el trato. Me gusta mucho que me saluden, que me digan “hola, señor Abadía”…, ya ves que son tonterías. Y si alguien me dice “lo de siempre”, me encanta más.

¿Y podrías dar algún consejo al gremio de hostelería para salir lo antes posible de la crisis?

Lo de luchar con uñas y dientes está claro. Pero también no quejarse, o no permanentemente; aprovechar todas las ayudas o subvenciones que sean posibles y también mantener eso que se llama un buen servicio. Y ahora más que nunca. Porque la verdad es que a la gente no le importa tanto de quién es el bar, les importa la gente a la que saluda, sus amigos, los camareros. Para mí un buen restaurante es ese sitio donde te atienden bien, te sirven rápido y sin agobios y la comida es decente.

Y entre horas, una copita, ¿verdad?

Pues a mí, qué quieres que te diga, un whisky a media mañana y un gin tonic por la tarde me sientan muy bien.

No hay más que verte. Eres el claro ejemplo de que todo, en su justa medida, alarga la vida y alegra el ánimo.

Sí, pero no sé lo que durará (risas). Pero también te diré que doy un poco el pego. A mí cuando me preguntan qué tal estoy unas veces digo que estupendamente y otras que preocupantemente bien. A veces te miran desconfiando, como diciendo ¿y no te duele nada? Y yo, nada, nada. Pero pienso: “Si te hiciera una lista…”.

Pero seamos claros: tampoco estamos para hacer un diagnóstico único de la situación. La pregunta de ¿qué tal estás? no se responde más que con un “fabuloso”. Porque si das detalles no acabas nunca.

Si quieres saber más de Leopoldo Abadía, mira esta entrevista que concedió a Forbes: