Personajes

Karra Elejalde: «Soy de las personas que no comemos para vivir, sino que vivimos para comer»

A Karra Elejalde le hemos visto anunciando la Gula del Norte y las bondades de Campofrío. Ahora le vamos a ver haciendo de chef en ‘La vida padre’, una divertida comedia de Joaquín Mazón, ambientada en el mundo gastronómico vasco.
FOTO: ALEXANDRA CEPEDA.

La carrera cinematográfica de Karra Elejalde (Vitoria, 1960) es extensa –más de cincuenta películas– y poliédrica. Ganador de dos Goyas a la mejor interpretación masculina de reparto (en 2010 por También la lluvia, de Icíar Bollaín, y en 2015 por Ocho apellidos vascos, de Emilio Martínez-Lázaro, películas por las que también obtuvo las Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos) es un actor que gusta realmente a todo el mundo: a los que les va el cine independiente y gamberro –como Acción mutante, de Álex de la Iglesia, o Airbag, de Juanma Bajo Ulloa–, a los que les gusta la comedia –como la reciente Poliamor para principiantes, de Fernando Colomo– y a los que les gusta el cine de autor –como Mientras dure la guerra, de Amenábar, por la que fue candidato al Goya a la mejor interpretación masculina protagonista, en su papel de Miguel de Unamuno–, por poner tan sólo unos pocos ejemplos.

El 16 de septiembre estrena su nueva película, La vida padre, una comedia dirigida por Joaquín Mazón, en la que comparte el protagonismo con Enric Auquer.

En la película, Karra interpreta a un cocinero bilbaíno, Juantxu Intxausti, que regenta en 1990 la mejor casa de comidas del Bocho. Su fama es tal que entre sus parroquianos encontramos al mismísimo Javier Clemente –que hace un cameo en el filme, ya que en aquella época era un exitoso entrenador de fútbol a punto de convertirse en seleccionador de España–.

Una infausta noche, Intxausti recibe la noticia de que va a producirse la visita secreta de los reyes de España a su restaurante, el Ataria, para cenar, pero un cómico y desafortunado incidente va a estropear la que podría ser su gran noche y, fruto de la desesperación, se arroja a la ría. La película continúa treinta años después. El Ataria lo regenta su hijo Mikel, interpretado por Enric Auquer, que ha llevado el restaurante a las puertas de las estrellas Michelin. Un día, circulando en coche por la ciudad, Mikel atropella a quien parece ser Juantxu y la comedia comienza en ese momento a disparatarse.

Karra recuerda el rodaje con una mezcla de sentimientos. Por una parte,
la “delicia” de “haber trabajado con Joaquín Mazón, Enric Auquer, Megan Montaner, Lander Otaola, Maribel Salas, Gorka Aguinagalde o Yanet Sierra –como nos explica el actor–. Ha sido un equipo de noventa personas y no puedo recordar todos sus nombres, pero a todos ellos les quiero agradecer el trabajo tan delicioso que ha sido”. Por otra parte, recuerda el malestar de rodar toda la película con una fractura. “En la primera semana, rodando una de las primeras secuencias, me rompí una costilla al caerme de la camilla y no podía hacer nada sin que me doliera. Acabó la película y todavía me dolía”.

En busca de una receta secreta

Vaya por delante que La vida padre no es una película de cocineros, como Chef (2014), la película escrita, dirigida y protagonizada por Jon Favreau –y llena de grandes nombres, como los de Dustin Hoffman, John Leguizamo o Sofía Vergara–, o Sin reservas (2007), en la que se establecía un duelo amoroso/laboral entre Catherine Zeta Jones y Aaron Eckhart. La del madrileño –que debuta en el filme como director de cine, después de haber dirigido series televisivas como Cuerpo de élite, Allí abajo, Doctor Mateo o Con el culo al aire– es una comedia ambientada en el mundo de la restauración, pero con más secuencias de fogones que las necesarias para ambientar. “Es verdad –admite Elejalde–.

Aquí la gastronomía ha servido de vehículo para contar una historia, pero no es el leit motiv de la película y hay mucho más humor. Hay muchos guiños a Ferran Adrià por parte de mi personaje, ‘el cabrón del catalán me quiere robar la receta’, pero con un tono cariñoso. Sin querer hacer spoiler, mi hijo en la ficción necesita hacerse con una de mis recetas tradicionales y yo he perdido la memoria”.

En la vida real, la gastronomía es un elemento que forma parte consustancial de Karra Elejalde.

Además de hacer anuncios para La Gula del Norte o Campofrío, el actor fue también presentador, en 2017, del programa de La 1 de TVE S.O.S. Alimentos, en el que procuraba salvar del olvido trece productos al borde de la desaparición, desde la aceituna empeltre, a la gallina llodiana, pasando por el kale o el chivo payoyo…

“Conseguimos dar a conocer muchos productos, como el ajo elefante, que tiene el tamaño de un limón –recuerda–. También conocimos a un ingeniero agrónomo que tenía un huerto dentro de un bosque, porque así no necesitaba pesticidas ni productos químicos de ningún tipo: si tenías una plaga de hormigas con alas, los propios pájaros del bosque se encargaban de eliminarte la plaga. Y en la provincia de Badajoz conocí a un tío que hace foie sin putear al pato, sin generarle una cirrosis en el hígado para que multiplique su tamaño. Y hace el mejor paté del mundo, pero como no lo hace con el método tradicional, no le permiten utilizar el nombre foie. Es como lo del método champenoise, si no lo haces así, no lo puedes llamar champán. Pues eso, como se conoce que no le hace daño al pato, no lo puede llamar foie. Es un productor con ética, Eduardo Sousa, y su fábrica, La Patería de Sousa”.

Elejalde ya interpretó también en televisión otro personaje de cocinero vasco, Gaskon Gerrikagoitia, en la segunda temporada de El chiringuito de Pepe. Es un mundillo, está claro, que conoce de primera mano: cuando él era pequeño sus padres tenían un pequeño restaurante en la localidad guipuzcoana de Salinas de Léniz, donde vivió hasta los catorce años. Pero sus recuerdos de infancia en el restaurante familiar son malos, sin ambages.

“Tú piensa que yo era un chaval que desde los nueve o diez años tenía que trabajar ‘como un negro’ en el restaurante –cuenta casi de mala leche–. Cuando había más trabajo, en fiestas, venían camareros de Mondragón y a ellos les pagaban un buen dinero, pero yo no tenía alternativa. Cuando no había bodas, había cualquier otra celebración. Y los domingos, que a mí me apetecía ir a jugar con mis amigos, tenía que quedarme en el bar haciendo pinchos, para que cuando la gente saliera de misa ya estuvieran preparados y los pudieran comer en el bar.

Y luego me tocaba poner los cafés. Vamos, ¡que me tocaba los cojones!”. Lo que es cierto es que esa experiencia le marcó y le terminó viniendo bien
a la hora de convertirse en un cocinero doméstico más que bueno.

“Mi madre nos enseñó a cocinar a los tres hermanos y la gente dice que cocino bien. No hace mucho me metí en un belén de cocinar para 54 personas en un rodaje. Soy socio de una sociedad gastronómica, mi txoko, y conozco a muchos cocineros, tanto del País Vasco como de fuera. Y soy de las personas, como muchos de los vascos, que no comemos para vivir, sino que vivimos para comer”. Todos comemos, pero en el resto de España no existe una región en la que se le dé a la comida la importancia que se le da en las Vascongadas, algo a lo que Elejalde no sabe encontrar una explicación.

“No sé a qué se debe. Somos animales de costumbres y esto nos viene de generación en generación. Aquí tenemos esa especie de pugna por ser el que gana el concurso de los mejores pinchos. Tenemos un culto especial por la comida y creo que somos el país con la mayor proporción de estrellas Michelin por habitante. Creo que hay, incluso, una zona a la que llaman la ‘milla de oro’ de las estrellas Michelin”.

“Aquí hay muchísimas sociedades gastronómicas y eso ha hecho que haya, en las casas, muchos cocineros hombres, cuando lo normal en el resto de España es que las cocineras sean las mujeres. Otra cosa es lo que sucede en el mundo de la restauración, que sí hay tantos cocineros como cocineras, pero aquí, de andar por casa, hay más cocineros que cocineras. En cualquier caso, a mí me gusta disfrutar comiendo. Comer es un gran placer”.

Uno de los aspectos en los que se parece Karra a Juantxu Intxausti, el personaje al que da vida en La vida padre, es en que se alinea más cerca de la cocina tradicional que de la experimental, la que podría estar representada por Andoni Luis Aduriz, el propietario de Mugaritz. “Me encanta ir donde Elena Arzak; lo hago con frecuencia.

Y estuve cuatro o cinco veces en elBulli –recuerda–. Disfruto de ambas cocinas, de la tradicional y de la experimental, pero cuando cocino yo, tiro más hacia la cocina tradicional. Yo cojo lo que haya en la nevera y sale bueno. Te hago unos chipirones en su tinta o unas almejas a la marinera. Me gusta hacer un buen chuletón, que me sale perfecto, y te puedo hacer unas cocochas, pero no te puedo ‘deconstruir’ unas cocochas, que me parecen ‘indeconstruibles’, aunque seguro que hay alguien que las puede deconstruir”.

Karra admite que en bastantes ocasiones hace sus pruebas o experimentos, y opina que ambos tipos de cocina no pueden estar enfrentadas. “A mi nivel, hago pruebas. Si sale mal no repito. Descubrí que al lenguado le queda espectacular la naranja. Para avanzar hay que darse hostias. ¿Por qué se llama tapaculos [el nombre con que se conoce en Euskadi al escaramujo]? Porque es astringente. Y se sabe por haberlo probado. En la cocina hay que probar y probar”.

FOTO: ALEXANDRA CEPEDA.

Diego Guerrero, el asesor gastronómico

El chef Diego Guerrero es un nombre importante en esta película. El cocinero vitoriano que se dio a conocer en Madrid en El Club Allard y ahora dirige sus propios restaurantes DSTAgE y DSPEAK en el barrio madrileño de Las Salesas, es el asesor gastronómico de La vida padre. Y es el autor real del macguffin de la película, la famosa receta de la crema de erizos con la que el personaje de Enric Auquer aspira a conseguir la estrella Michelin.

“En las películas normales la crema de erizo que se serviría en pantalla sería una crema cualquiera de tetrabrik –cuenta, riendo, Elejalde–, pero en ésta no: la de esta película la hizo él. En la escena en la que se supone que se está cocinando la crema era una crema de erizos de verdad, de Diego Guerrero. Él es quien nos ha asesorado en la parte de cocina y fogones, tanto en recetas como en mostrar el trabajo en cocina. Lo que se veía en pantalla, si eran puerros o eran acelgas, era porque lo había decidido él. Y si alguien sale partiendo zanahorias es porque esa receta lleva zanahoria”. Para dar más verosimilitud, incluso, a los detalles, parte del equipo de cocina que participó en el rodaje eran cocineros, no actores.

Las fotos que ilustran este reportaje, en las que vemos a Karra Elajalde posando con un bonito del norte proporcionado por Sagardi, y que nos trajo personalmente el chef fundador de Sagardi, Iñaki López de Viñaspre, se realizaron en el mercado de la localidad barcelonesa de Molins de Rei, donde se encontraba Karra. Para hacerlas no tuvimos que montar ningún cirio especial. En cambio, Amarena, el restaurante bilbaíno de verdad en el que se rodaron las secuencias que representan el Ataria, el de los Intxausti, sí que sufrió un parón de varios días para el rodaje.

“Tuvo que cerrar bastante tiempo –cuenta Elejande–. Las escenas de la película que se suponen temporalmente actuales no supusieron problema, porque se rodaron con su decoración real, pero como hubo que decorarlo también como un restaurante de treinta años antes, de 1990, sí tuvimos que quedarnos allí mucho tiempo”.

Cuando le comento que Ataria es también el nombre de un asador de Vitoria, su ciudad natal, Elejalde se sorprende. Lo que uno pensaba que podría ser un guiño del actor al lugar en el que nació no lo es; pero él, en cambio, piensa que puede ser algún tipo de homenaje de Diego Guerrero, “porque él sí es de Vitoria. Yo nací en Vitoria por accidente: en los años sesenta era mucho más fácil desplazarse para parir a Vitoria que hacerlo a otra ciudad guipuzcoana”.

En otra especie de broma privada que se puede ver en la película –la escena del principio en la que Karra casi se da de bruces con una estatua humana que representa a Miguel Unamuno y le suelta lo de “¡Venceréis, pero no convenceréis!”– y que podríamos ver como un guiño a su aclamado papel en Mientras dure la guerra, tampoco intervino el actor. “¡Yo no tuve nada que ver! No sé siquiera si cuando los guionistas escribieron esta película se había estrenado ya Mientras dure la guerra. Me llamó mucho la atención esa especie de elemento autorreferencial”.

Donde sí intervino, aunque fuera de una forma pequeña pero muy simbólica es en otra secuencia que se rodó en la autocaravana en la que vivía su personaje, Juantxu Intxausti, en la que hay fijadas a la pared multitud de fotografías en las que se ve a Karra junto a grandes chefs. “Algunas fotos las aporté yo. Por ejemplo, con Karlos Arguiñano, pero la mayoría de las que aparecen en la película son trucadas, creación del equipo de arte de la película”.

“Con Karlos Arguiñano tengo mucha relación –continúa explicando–. Le conocí hace mucho tiempo, a través de Josean Cantalapiedra, un periodista, y tengo muy buena relación con él. Se ha metido en muchos charcos diferentes: tuvo un equipo de motociclismo profesional en Moto2 y fue también el productor de dos de mis películas, Airbag y Año mariano; en esta última, además, fui codirector. Y, claro, cuando estábamos en los rodajes le pedimos que hiciera algún papel. Karlos Arguiñano es el mejor embajador que ha tenido Euskadi, sobre todo cuando más lo necesitábamos, en los peores momentos, en los que en el 70% de los telediarios se hablaba de todo lo negativo que pasaba allí. Además de un gran cocinero es un grandísimo comunicador, un emprendedor increíble y un hombre maravilloso, lleno de buen humor e ingenio, y un trabajador incansable”.

Los Reyes de España, los eméritos y los actuales, que son otro de los macguffin de la película, tampoco forman parte de la vida del Karra Elejalde. “Con Juan Carlos I no he coincidido nunca. Y con el príncipe Felipe, sólo en una ocasión. Fue en la presentación de la película Lázaro de Tormes, que comenzó dirigiendo Fernando Fernán Gómez, pero enfermó y la terminó José Luis García Sánchez. El príncipe estaba saludando a la gente y José Luis, que es un cachondo, le dijo: ‘Majestad, que este se está escondiendo para no saludarte’, y el príncipe se acercó y me dio la mano y yo me quedé con cara de gilipollas”.